libre (final)



El espejo le ofreció un rostro inmóvil como único gesto. Ojos estáticos volvieron a sorprender su mirada huidiza, curiosa, perseverante. Está vez abandonó ese campo de batalla avergonzado. El error suplementaba dolorosamente la timidez. Se acordó del reconocimiento recibido por su rapidez para reemplazar la rueda reventada.

- ¿Qué hacemos ahora?, preguntó la taxista. Enseguida agregó:

- Hacemos lo siguiente: me dejas la bolsa con ropa. Sé que es un poco extremo pero ¿qué otra nos queda? Espero que entiendas.

- Si entiendo... Y bueno, qué le vamos a hacer, te dejo eso y quedamos iguales.

Hubo otro instante de silencio.

- Te veo así, desnudo, encima llueve y la verdad es que me siento un poco culpable. Hacé una cosa: quedate con la camisa, por lo menos te cubrís la espalda. Y con los zapatos, quedáte con los zapatos también.

- Bueno muchas gracias.

- No hay por qué.

El tipo pensó que la intemperie sería terrrible pero no tanto como sin camisa ni zapatos.

- En todo caso, en esta tarjeta..., (la taxista tenía un brazo firmemente extendido en el hueco entre los asientos delanteros y movía la mano con una tarjetita blanca que el tipo agarró y se metió en el bolsillo de la camisa), esta el número de telefóno del servicio. Si querés recuperar lo demás llamás, nos encontramos, pagás en efectivo y te devuelvo todo, ¿te parece?

- Sí, sí. Seguramente en un par de dias te llame para arreglar.

- Quedamos asi, entonces. La llave, por favor, dejála puesta.

El hombre abrió la puerta y descendió. La mujer pasó directamente del asiento trasero al delantero. Bajó la ventanilla.

- Hasta luego, dijo el tipo. En ese momento, sus ojos se cruzaron sin mediaciones.

- Hasta luego.

El tipo dio media vuelta y comenzó a caminar. Sus zapatos se sumergían completamente en el barro. Escuchó el cambio de marcha y el motor acelerando. El auto lo sobrepasó. La taxista hizo sonar la bocina dos veces. El hombre levantó a medias un brazo. Mientras imaginaba por dónde caminaría acompañó con la mirada el alejarse del taxi. Lo vió doblar por Watt y, ya sobre asfalto, acelerar.

Pensó que podría fumar. Sacó el paquete de cigarrillos del bolsillo de la camisa. Era un cuerpo informe de cartón mojado.


FIN


libre (6º parte)


Las dos primeras cuadras por Watt fueron sin problemas; la tercera era de tierra. Más bien un barro acuoso, que impedía cualquier intento que se hiciese por afirmar el auto, que zigzagueba todo el tiempo y por momentos se desplazaba practicamente de costado. El tipo hacia lo imposible por no perder el control. Sus brazos estaban tensos, sus manos agarraban el volante con firmeza, como si de ella dependiese la estabilidad de la maquina. Cada centímetro que las ruedas hacían era una posibilidad de terminar en la zanja. El habitáculo estaba saturado de un ruido pastoso, como si alguien masticara a todo volumen. Permanecían callados, la situación los tenia hundidos en su espesura, pendientes.


El espejo, un desierto.

La zona estaba desahabitada. Pastos altos y construcciones en ruinas. El hombre nunca habia estado en esta parte de la ciudad. Por lo general pasaba sus dias en el centro.

- Nunca habia estado por aca, dijo.

- Yo tampoco.

En el centro de la manzana de la izquierda había unos galpones sin techo, unos pedazos de paredes dispersos, pilas de hierros oxidados. En la manzana de la derecha una torre de alta tensión y más edificios semiderrumbados

- Parece una zona bombardeada, dijo el tipo.

No hubo comentarios.

A mitad de cuadra, del lado izquierdo, un cartel grande y despintado todavía alcanzaba a decir que MANNO E HIJOS construían una variada oferta de equipos de calefacción para la empresa y el hogar. Y que tenian sucursales en todo el país.

- ¿Por acá esta bien?

- Un poco más adelante. A la altura de aquella otra construcción abandonada, ¿puede ser?

La taxista indicaba un lugar un poco más adelante, con otro cartel visiblemente agonizante que decía EMBOTELLADORA LUCIANI E HIJOS y 25193. El auto fue reduciendo la velocidad hasta que se detuvo, casi sin inercia.

- Perfecto. Veamos... Ya te digo cuánto es.

Hubo un momento de silencio. El hombre escuchaba que la mujer escarbaba en su bolso. Sonaban llaves y plásticos.

- Son veinticinco con setenta.

El hombre se acordaba de haber agarrado treinta pesos esa mañana al salir de su casa. La billetera estaba en su pantalón, asi que buscó y desató la bolsa de nylon. Sacó el pantalón y metió la mano en el bolsillo donde habitualmente la ponia. No estaba. Buscó en los otros tres. Nada. Tanteaba la camisa mientras un ardor helado comenzó a esparcirse por su cuerpo. Tembló por un momento, como si hubiese sufrido una descarga eléctrico o un ataque epiléptico. Sintió un acceso de presión en las sienes y en la nuca. Sus manos se empaparon de transpiración.

- No la encuentro.

Dijo al final, sancionando verbalmente la obviedad, en tono sorprendido.

- No está, no entiendo.

libre (5º parte)

Para poder ir a buscar Watt tuvo que hacer unos desvíos, había zonas intransitables donde el agua llegaba casi a las puertas de las casas. A través de las ventanillas no alcanzaban a distinguir más que formas confusas, diluídas, que solo se hacían figuras determinadas en el instante posterior al paso del limpiaparabrisas. Luego todo volvía a ser indiferenciable.

Pudieron ver un taxi que había chocado contra una columna. Tenía la trompa destruída, el capot se había transformado en un techo a dos aguas deformado.

- Toca bocina.

Dos golpes, el otro auto respondió.

- Se le debe haber ido de las manos, dijo la mujer.

- Por la dudas andá con cuidado.

El tipo disminuyó la velocidad. Unas calles mas adelante cruzaron un paso ferroviario; sintieron una explosión y el auto se desestabilizó. Cuando recuperó la horizontal, la parte derecha de la trompa casi tocaba el pavimento y el movimiento era discontinuo, a los saltos. Habían pinchado. El tipo se agarró la cabeza, deslizó una insulto entre dientes y se golpeó los muslos con sus puños.

- Las herramientas están en el baúl. Dijo la taxista mientras se acomodaba la ropa.

El hombre salió del auto y se hizo visera con la mano. Las gotas eran rocas liquídas. Abrió el baúl, tomó lo necesario -estaba todo- y se fue a la parte delantera del auto. Se puso la camisa sobre la cabeza para poder trabajar con las dos manos y terminar lo más rapido posible.

No era la primera goma que cambiaba en su vida y en los autos nuevos el procedimiento es muy sencillo. Terminó en diez minutos, guardó todo y volvió al habitáculo.

- Estás empapado, me vas a arruinar el tapizado.

- Si, ya sé. Disculpáme.

El hombre se miraba y miraba, por el espejo, a la taxista, que ahora movía las manos.

- Estás disculpado, pero el tapizado se arruina igual. Mirá, en la guantera hay unas bolsitas de nylon. No te las ofrecí antes porque son chicas pero podrías sacarte la ropa y meterla ahi.

El hombre se quedó en silencio, la tarea había sido facilísima pero los impactos interminables de las gotas de lluvia sobre su cuerpo lo habían agotado. TenÍa la boca entreabierta, respiraba agitado, su cabeza todavía chorreaba.

- Bueno.

Empezó con los zapatos, siguió con las medias, la camisa y el pantalón. Estaba a punto de sacarse el calzoncillo cuando la taxista lanzó una tosesita.

- Está bien, está bien asi, tampoco es para tanto.

Entonces el tipo metió todo en la bolsa, la cerró haciendo un nudo y la acomodó debajo de su asiento.

- Bueno, listo. ¿Seguimos?, dijo.

- Seguimos.

Presionó el acelerador y sintió el frío de la goma en la planta del pie. Recordó esos diez minutos bajo la lluvia torrencial, asombrado de haberlos experimentado.

- Hiciste rapidísimo. Yo ya me hacía media hora de parate. Muy buen trabajo.

- Gracias. Hace un tiempo atrás, en otro taxi, me pasó lo mismo. En realidad lo mismo no, porque no llovía. La taxista aquella tambien me felicitó. Al final parece que tengo aptitudes.

Buscaba los ojos de la taxista en el espejo.

- Tuve experiencias de más de dos horas de espera. O sea que sé lo que te digo. Escucháme, siete u ocho calles mas y estamos en Watt. Cuando llegues doblá a la derecha y hacé tres.