Más que la peligrosidad y la furia, es el desprecio lo que impulsa a aplastar. Aplastamos algo muy pequeño, que apenas cuenta, un insecto por ejemplo. Este comportamiento con una mosca o una pulga delata nuestro desprecio hacia los seres totalmente inermes, que viven en un orden de tamaño y de poder muy distinto al nuestro, con los que nada tenemos en común, a los que jamás tememos, a no ser que de pronto se nos presenten en masa. La destrucción de estas minúsculas criaturas es el único acto de violencia que, incluso dentro de nosotros, permanece completamente impune. Su sangre nunca cae sobre nuestras cabezas ni nos recuerda la nuestra. No vemos sus miradas que se quiebran. No nos las comemos. Si yo le digo a alguien: "Voy a aplastarte de un manotazo", estoy expresando el mayor desprecio imaginable, más o menos como si le dijera: "Eres un insecto. No significas nada para mí. Puedo hacer contigo lo que quiera, y tampoco entonces significarás nada para mí. No significas nada para nadie. Cualquiera pueda exterminarte impunemente. Nadie lo notaría. Nadie lo recordaría. Y yo tampoco.
Elias Canetti, Masa y poder
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