El vistazo a la mujer antes de subir al auto habia durado un instante. Ahora, sus ojos merodeaban en el espejo retrovisor buscando observar sus rasgos, buscando definir el cuerpo del que provenía esa voz dulce y severa. Ella estaba casi siempre de perfil, inmóvil, parecía despreocupada. De repente volvia el rostro al interior del auto, el tipo apartaba nervioso la vista del espejo y simulaba estar absorbido por la calle.
Las nubes se habían ido amontonando durante el dia y la tormenta era una posibilidad concretísima de ese cielo gris compacto. El hombre se alegró y pensó que sería muy agradable bajar las ventanillas y sentir la anticipación de la lluvia en la nariz, en la piel.
- ¿Te parece que bajemos las ventanillas? El momento antes de una tormenta es una de las sensaciones que más me gustan.
El tipo estuvo a punto de darse vuelta pero alcanzó a controlarse.
- Estaba pensando exactamente lo mismo. A mí también me gusta mucho esa sensacion. Como de libertad, dijo.
Enseguida las cuatro ventanillas comenzaron a bajar. El aire, más fresco que antes, trajo también los ruidos urbanos, la ciudad se metió toda en la cabina, los atravesaba. El taxi volvía a abrirse al mundo. Estalló un trueno, comenzo a llover. Gotas gordas se estrellaban contra todo, contra algo. Imaginen el ruido del agua contra la carrocería.
- Mejor que llueva.
La mujer no contestó.
- ¿Podés ir hasta Watt?, le preguntó gritando. Watt eran casi cincuenta calles más hacia el oeste. El tipo hizo otro cálculo rápido, no debería tener problemas. Así todo, Watt seguía siendo lejos.
- Bueno.
- Gracias.
La mujer esta vez si atrapó el reflejo de los ojos inquietos del tipo en el espejo y les ofreció una sonrisa deliciosa. Como respuesta, hubo una mueca algo torpe y enseguida un desvío de la mirada. La lluvia era más intensa.
- Me empiezo a mojar. Subí las ventanillas, dijo la taxista.
Los vidrios se levantaron. El hombre miró la puerta a su izquierda, miró sus pies y vio que un hilito de agua se filtraba. Era inofensivo, no valía la pena darle importancia.