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Todo indica que amamos Breaking Bad



Todo indica que amamos
Breaking Bad.
Nos encantan los superhéroes que no resuelven
crímenes sino que participan de ellos.
Nos encanta ver producir meta azul
y un poco menos
los cuerpos donde circula.
Además, las traiciones parecen irrelevantes
cuando la historia está buenísima.
Todo indica que amamos
una buena historia, cueste lo que cueste.
Una que empieza con un tipo
que no puede pagarse un tratamiento de cáncer
en la más neoliberal de las medicinas del planeta.
Una donde el gordo de la DEA
es, sigue siendo, conciencia moral de una sociedad
prohibicionista y farmacologizada hasta la médula.
Una historia donde el barrio Tablada y el country Kentucky
quedan a 9.000 kms
y no parece que sean una buena historia
(aunque yo sé que las hay).
Mientras carga el capítulo
pienso:
la vida narco está lejos de ser una imagen de felicidad
de otros
es un espejo estallando
algunas de sus esquirlas se incrustan en los lugares más
diversos e ¿inesperados?
Mientras carga el capítulo
fijáte
dónde te pegan.

en el principio

antes de ser Dj
Dios iba a escuchar gospel

A un tipo que estoy viendo justo ahora

 

aunque sea de tela sintética
chino
con mango de plástico
falseado
en el Parque España
ciento cincuenta años después
no hay nada más victoriano
bajo el sol
que pasear con paraguas
bajo el sol

una estrategia vital


En las condiciones actuales es tal vez más difícil que nunca concebir la creación -o los actos creativos- como portadores de poderes disruptivos en relación a las formas de la dominación social. Cierto sueño del arte hace algunos años ha sido despedazado por la estricta y acechante vigilia del mercado que ha sido notablemente capaz de montarse sobre los flujos artísticos (que desbordan la institución-arte).

Caminando, como si se dijera, obscenamente, de la mano del trabajo esclavo aparece un inmenso -y vital- sector de trabajo donde las capacidades creativas son solicitadas de una manera impensable para el imaginario económico dominante hasta, quizá, entrados los años 70 (con excepciones). Es entonces cuando, por diversas vías, se destila una nueva forma de dar órdenes y una nueva forma de obedecerlas en el campo de la producción de valores. Una forma imperativa que se desentiende de lo funcional y exhaustivo (en términos mundanos: de la tarea “en sí”) para enfocar en una dimensión genérica, ambiental. Ambiental y paradójica, se oye la orden: sé creativo. La creatividad aparece como una rebeldía inherente a la lógica capitalista. Su modo interno de rebelión.

Esta centralidad de la creación por sobre la tarea provoca -y da cuenta- de un desplazamiento en las estrategias del poder económico (de su constitución, duración y, más aún, de su viabilidad). La tarea, sus límites pautados, preestablecidos, su mecánica solidaridad con otras tareas tenía en la represión su contracara y condición de posibilidad. Hoy, salvo en un nivel muy vago de retórica, es difícil sostener la universalidad de la represión en contextos laborales. Insistimos, su universalidad no su existencia. Al contrario, es notable el incremento de estímulos y condiciones para que la represión no pueda acaecer.

Al cambiar este aspecto se visualiza un cambio correspondiente en las formas de resistencia, antagonismo y alternativas sociales. Si en un contexto laboral represivo la retórica política de la creación funcionó, como en los años 60, como referente de construcción de otro tipo (en otros términos, cierta politicidad disruptiva se inscribía en el acto creativo mismo) hoy, a priori, cualquier acto creativo está disponible para su valorización mercantil. Estrictamente cualquiera.

La velocidad de captura del mercado ha llegado a un punto tal que sucede en simultáneo (cuando no se anticipa) a la creación social. Pensemos, por ejemplo, en las experiencias contraculturales de los 60, que llevaron algunos años para ser procesadas, mientras que en la actualidad parece imposible siquiera pensar en una frontera exterior al dominio mercantil-capitalista de los intercambios sociales.

Es esta velocidad y aquella falta relativa de represión la que nos hace preguntar por el valor disruptivo de la creación en otros términos. Términos que asumen aquella disponibilidad como un territorio de conflictos permanentes, y de múltiples niveles, donde ya no se trata de denunciar o resistir la represión sino de disputar (bio)políticamente aquella disponibilidad. A esa disputa llamaría yo “batalla de la gestión”. Si la creación abunda, se trata de construir lugares, formas organizativas, lógicas de gestión que puedan modular la creación hacia destinos no saturados de valoración capitalista.

omnipotencia e insignificancia

Omnipotencia e insignificancia quiere decir

recuerda que morirás, no olvides que estás vivo;

un andar, más que calculador, atento

quiere decir lo que dijo

Michelet un día único

y cualquiera, dijo:

quien quiera atenerse al presente, a

lo actual, no comprenderá lo actual.

Como comprarte un terrenito en el Valle de las lágrimas

justo en el momento en que el recuerdo estalla

en que se mete un pájaro

aletea, sobrevuela la mesa de trabajo, picotea

la hoja cualquiera, única, donde escribiste: hay

un delicado modo experimental de proceder,

tan íntimamente identificado con el objeto

que se convierte por ello en teoría (en teoría,

no en abstracción pensaste).

Abajo escribiste: Goethe. Pensaste

qué grande Goethe.

viaje a chile

La revista digital Crítica.cl de Chile publicó un articulo que escribí sobre la revista Eco contemporáneo, referencia de prácticas culturales críticas y contracultura en la Argentina de los años '60.

Lo dejo para quien quiera leerlo... saludos!




humor político

Al leer los escritos de Marcos o del EZLN, el humor resalta como una herramienta central en estas nuevas prácticas políticas. A una subjetividad (militante, o no) educada en la disciplina (escolar, fabril, militar) que un personaje político sea conocido como "Comandante Brus Li" no puede menos que desorientar. Frente a la estatalidad que suspende el humor, el zapatismo responde con ironías. Es decir, que en su estrategia de ser fiel a una lógica no simétrica en su relación con el enemigo, evita constituirse especularmente respecto al Estado. En cambio, utiliza un recurso que, al menos por ahora, la discursividad estatal no ha podido aprovechar. Pero por otra parte, no se trata de pensar que toda risa es revolucionaria o liberadora en sí. El humor de mercado, un humor nihilista, es un buen ejemplo de otro uso del humor y la risa. Un humor que por su voracidad termina impidiendo el pensamiento y la crítica, o siendo destructivamente cínico con ellos. Entre la solemnidad estatal y el chiste ilimitado, el zapatismo ha construido un lugar discursivo donde es posible hacer la revolución riendo.



(una nota que escribí sobre el zapatismo en 2008)

Maradona: esa interfase


No.
No es cierto que el gol de Maradona a los ingleses sea el gol que siempre soñamos.
Lo soñamos desde que él lo hizo. Lo cual lo vuelve infinitamente más grande.
Porque Maradona no es la realización de nuestro ideal, sino el ideal mismo. Maradona es el gol
que queremos hacer.
Un ideal que no puede perder de vista su origen intrínsecamente mediático: el relato, la variedad de cámaras, hasta la porosidad misma de la imagen.
Maradona es el gol que queremos hacer tal como queremos que sea visto.





(en agradecimiento a la existencia de: De pies a cabeza. Ensayos sobre fútbol. Librazo).

escribir

La potencia de la escritura, hoy, parece ser la de ligarme a lo que sucede: no una pátina prescindible, una pasión autorreferenciada o un exceso evitable. Al contrario, vincula, cohesiona, algo de lo vivido para volverlo una experiencia. Nunca me resultó tan clara la dimensión estratégica de la escritura.


Charlie Egg - Superporsición (2009)

Le había dicho a Charlie que tenía ganas de escribir algo sobre su último disco (aunque este sustantivo -disco- ya no tenga mucho sentido: Superposición no es un disco, es una producción musical sin traducción material que se puede bajar desde allá).
Me dijo: Buenísimo, escribíla.



Superposición

PXCD: 075

2009

La cosa empieza hablada: se atraviesa un pasillo inmaterial, repleto de gente dialogando en lenguas diversas; recorremos por dentro los vericuetos de la torre de Babel. Oímos a sus constructores.
Avanzamos unos pasos y las voces comienzan a apagarse; uno de los primeros intrumentos musicales de que dispuso el ser humano va dejan paso a otros, también entre los primeros: los objetos concretos y sus posibilidades sonoras terminan por devorarse sin violencia a las palabras.
Pero aquí no hay tiempo para parir hábitos y entonces todo se va llenando de mediaciones eléctricas: guitarras psicodélicas y espaciales, viajes hacia dentro y hacia arriba, retratos auditivos de un momento histórico bien determinado. Un momento, quizá el último, en que la heroicidad encontró sus acordes. Fue entonces que pudimos ser héroes por una (última) vez.
La electrónica hace su ingreso barriendo aquellas ilusiones. Los arreglos de Charlie Egg (experto colocador de filtros, synthes y ruidos concretos) funcionan aquí como un túnel, un pasaje sonoro que, lentamente y previo paso por sonoridades que hacen pensar en una suerte de minimal technorock, nos van depositando en el ambient. Las notas oscilan, vacilan: "varios niveles de atención en la escucha son alojados sin imponer ninguno en particular" (Brian Eno, 1978).
Y de repente, la dispersión se condensa, el ambient vuelve a dejar paso a presencias específicas. Guitarras y sintetizadores reverberando. Hemos dejado atrás los aeropuertos británicos y/o alemanes: el vuelo aterriza en la Jamaica de King Tubby y Lee Scratch Perry y el lugar está buenísimo para recorrerlo (el dub siempre me hace pensar en un género musical hecho por gente que camina alegre, resignada y melancólica).

Superposición es la combinación de sonidos y géneros donde priman las transiciones delicadas, moduladas a partir de y en conglomeraciones sonoras heterogéneas. Una especie de homenaje a lo múltiple.

(Podrían ser más o menos pero son) cinco huellas de Gomorra


tiempo atrás vi Gomorra...

tiempo después, escribí esto:


1.

Gomorra es una película sin protagonistas principales. Aún si existen cuatro o cinco personajes que recurren en el film, sus vidas están tan atravesadas por las otras vidas que difícilmente se podría decir que eso que se muestra es el centro de una galaxia biográfica. Al contrario, una frondosa población de personajes pulula a lo largo de la narración y, como en un suerte de primer plano formal, adquieren centralidad -una centralidad momentánea- que van a perder momentos más tarde. Si bien la película funciona como una colección de historias, esas historias tienen un hilo conductor, o mejor un momento de articulación que no es necesario, ni posible, presentar. Ese hilo es la mafia, o bien el modo de vida mafioso.

Podría decirse que ese modo de vida es el protagonista principal de la película. A él se subordina la narración y la aparición y desaparición de los diversos personajes. Pero hablar de un modo de vida que se encarna en personajes no tiene mucho sentido (o, al contrario, quizá tiene demasiado sentido); por ello, no queda sino sostener que el protagonista principal de este film es un vacío que parece ser tarea del espectador poblar con lecturas e interpretaciones. Construir al protagonista, esa parece ser la propuesta formal de Gomorra.

2.

La población de personajes que pulula en el film va de niños a ancianos, madres, putas y novias; empresarios, pinches, oscuros contadores, desocupados. Todos habitantes de una zona de Napoli, todos vinculados a la mafia, todos atravesados por ella. Vinculados y atravesados, dentro y fuera, produciendo y reproduciendo, construyendo y padeciendo eso que se insinúa, las mafias (la camorra, los senegales, la china; Napoli ya no es sitio exclusivo de la mafia napolitana).

Para ser más precisos, la mafia no sólo se insinúa en Gomorra: está allí y ocupa toda la pantalla, todas las escenas. Es su exposición obscena. Pero esa exposición recorre reticularmente la mafia, y apenas si toca algunos escalones medios de su estructura jerárquica. Y en ese sentido, si cabe la comparación con El Padrino es sólo a condición de diferenciarlas. El Padrino era la biografía colectiva de la cúspide del edificio mafioso (en ese caso, siciliano); quizá solidario de una narración organizada por "grandes hombres", Coppola escribió la historia de los hombres que tomaban las decisiones (y allí, por lo tanto, sí que había personaje principal -el apellido, el Padrino, la familia), una historia cortesana. Gomorra, en este sentido, es una contrahistoria, es una historia reticular donde habla y vive el populacho, donde no está claro quien manda y quién es mandado, una historia plebeya.


3.

Sin protagonista, sin gran hombre, es casi obvio que Gomorra no tenga héroe (o su reverso, villano). Profundamente áspera y despojada, en Gomorra hay acción, pero no hay aventuras. Hay una cosa tal sucediendo, pero sucede en un registro explícitamente pensado para destruir cualquier atisbo épico, incluso el registro emotivo es intermitente. A diferencia de lo que ocurre con dos parientes temáticos de Gomorra -Ciudad de Dios y Ciudad de los hombres- aquí la heroicidad o la villanía están desterradas. No hay siquiera empatía posible: es una película que dificulta la identificación con algún personaje, unos de esos gestos más o menos automáticos que se realizan cuando uno ve una película con estructura narrativa. Incluso muchos de ellos se parecen entre sí. La multiplicidad de personajes, entonces, se compone con el rasgo común de la ausencia de épica, y produce una película antipática, gris. Una película que no ofrece a ninguno de sus personajes (para desesperación, quizá, del espectador) una vía de salida a sus situaciones, que parece bañada en un halo de predestinaciones, de trayectos inevitables, trágicos.

4.

La última imagen sintetiza y simboliza el tono del film. Si uno piensa que la película es italiana y, por una obvia asociación, recuerda al gran Fellini, esa escena tiene una carga poética terrible: una pala mecánica llevándose los cuerpos sin vida -tibios aún- de dos jóvenes baleados. Un shock visual. La operación es válida y, sin embargo, queda la sensación que esa traducción no es fiel al registro que propone Gomorra. Traer a Fellini, meter a Fellini en todo esto, es correcto desde lo visual, pero falso desde lo estético. Es decir, desde la lógica sensible propia del film. Desde allí, la última imagen debe ser vista en su banalidad absoluta, con el patetismo y la materialidad bruta de una pala mecánica. Hubo dos muertos, es preciso quitarlos del medio. Mafiosamente, es decir de forma rápida, limpia y desapasionada.

5.

La muerte, por supuesto, recorre el film. Se presenta con formas diversas. Pero, nuevamente, todas sus formas se encuentran subordinadas a la lógica mafiosa. ¿Qué quiere decir esto? Que todas las muertes, en Gomorra, son muertes por negocios. Por el poder territorial, político y económico de hacer negocios. Algunos técnicamente legales, otros no. No tiene importancia, porque también la ley, como la muerte, está subordinada a la lógica del negocio. En ese universo mafioso la práctica de hacer negocios redituables se convierte en el gran traductor del resto de las prácticas; una descomunal intrumentalización generalizada que desconoce o destruye toda otra valoración posible. (La escena del matrimonio cuyo esposo se haya agonizando en la cama es muy clara. El hombre está muriendo, tose incesamente, revelando una enfermedad respiratoria o algo similar, mientras su mujer y su hijo -sentados junto a él en la cama- y él mismo discuten con un emisario de la mafia el precio de un terreno que debe ser usado para desechar material tóxico). En esta Gomorra, Dios no tiene chances de castigar o revertir la situación. Esta Gomorra está narrada por sus habitantes, en tiempo real, no es la historia ejemplar de un Dios justo y poderoso. Es la Gomorra de los hombres.


99,9% lucha


(lo que un trabajo me hizo escribir)



Tiene 9 años y la voz finita. Es una especie de enano robusto. Teñido: unas mechitas rubias hacen de su castaño oscuro un extraño amarillo que a veces semeja un taxi y otras las hojas de un cuaderno viejo. Sus pupilas se confunden con el iris de sus ojos y ocupan casi totalmente el globo ocular.

Sus gritos de "profe" y "seño" son agudos, incisivos, cortan el aire con una ternura filosa que hiere fisiológicamente los oídos mientras les profiere una caricia simbólica.

Se llama Gastón. Y el otro día, justo antes de irse, no recuerdo por qué, lo invité a jugar a las peleas.

Combatimos durante quince minutos sin respiro. El me daba cabezazos en la panza, algunos bastantes fuertes, que casi me dejaban sin aire. Yo lo agarraba de las muñecas y con mi pierna izquierda barría las suyas. Él me tiraba golpes en las costillas y yo lo abrazaba fuerte y lo levantaba como en una pelea de lucha libre. Con un abrazo de oso lo agarraba de la cintura y lo revoleaba de arriba abajo. Gastón estallaba en mezclas varias de gruñidos y carcajadas.

Transpiramos, nos agitamos. Ninguno de los dos quería terminar con la lucha hasta que en cierto momento, cuando el juego había alcanzado ya su probable pico de intensidad y comenzaba a tornarse demasiado mecánico, le dije: "Bueno, basta por hoy enano. La seguimos el martes, ¿querés?". Gastón se detuvo de inmediato, dijo que sí, que la seguíamos y, contento, buscó sus cosas; nos besamos y se fue.

Entonces comencé a pensar en lo que habíamos hecho. Sólo a posteriori se me ocurrió darle al hecho un estatuto sino de intervención, si de acto con algunas consecuencias pedagógicas. Y, obviamente, esta producción a posteriori, me habilita a darle un lugar sistemático a lo que sucede allí, pelado, sin dispositivo, sin pensamiento previo o, en todo caso, sin planificación. Más aún, quizá un dispositivo efectivo allí sea, precisamente, poner muchas veces un fuerte acento en la no planificación. Explorar sistemáticamente el azar, decían durante el mayo francés.


Gastón, al igual que muchos de los chicos y chicas que van a la ludoteca, se golpea frecuentemente con sus compañeros. Por momentos, dan la idea de una suerte de montonera constante que se desplaza a base de golpes entre sus integrantes. En la escuela, en la calle, en las casas, en las plazas, en la ludoteca. Golpearse es el modo dominante de estar juntos de los chicos. Porque, no paradójicamente, ese acto quizá radical en su manifestación de lo individual requiere de otro. Para que la lucha nos aleje debe, primero, acercarnos. Al mismo tiempo, para que la lucha nos acerque, algo, anteriormente, nos debe haber alejado.

Los golpes o la amenaza de golpes constituyen una parte esencial de la vida cotidiana, en este caso, de los chicos. Durante mucho tiempo, mi recurso, sino el único al menos el más recurrente, fue intentar detenerlos en sus golpes. Luego, complementariamente, en las charlas con ellos, el hincapié se hacía en que no debían pegarse, en la posibilidad de hacer otras cosas, en intentar indagar en las razones más o menos inmediatas que había provocado los golpes. Muchas veces, estas indicaciones dieron resultado. Otras, en cambio, eran la oportunidad de hacer la experiencia -dolorosa- de lo obsoleto, del discurso incomprensible, de la desorientación.

Con Gastón, en ese destello de "lucidez" alternativa, hice algo distinto. Porque si pelear es -también- una manera de jugar compulsiva en los chicos, entonces tal vez haciéndome partícipe de esa modalidad de juego, poniéndome en su situación en lugar de pedirles que se instalaran en una nueva, quizá sucedieran cosas imprevistas. (Todo esto, e insisto en ello por el valor casi epistemológico que le otorgo a esta posterioridad, se me ocurre pensarlo ahora). He aquí algunas de las imprevisiones que se presentaron:


-Pelear con Gastón me permitió pensar en la posibilidad que otorga la posición de adulto-maestro a la hora de desplazar el lugar y sentido del combate. Para Gastón, evidentemente, no tiene el mismo sentido luchar con sus pares, con quienes se pone en juego una lucha hegeliana por el reconocimiento, es decir, por la distribución de los roles de amo y esclavo. Aún si dicha distribución sea efímera, se trata de vencer. Ante la paridad de fuerzas, la victoria se vuelve esencial, vital; resulta ser un problema de supervivencia y conservación.

-Al contrario, luchar conmigo instala dos condiciones nuevas: es una relación distinta con la autoridad del lugar (ludotecario), al tiempo que es una relación de pura asimetría física que obliga a correrse de la mera posición de contrincantes que toda lucha más o menos igualitaria supone. Así, si mi autoridad puede ser vista desde Gastón como la de aquél que garantiza condiciones para el juego, entonces este combate tiene la posibilidad de adquirir un perfil lúdico.

-Así, una posible función aparece donde antes sólo se manifestaba en gran medida el límite de toda función (o bien, la función del límite): las peleas. Y la función, en apariencia paradójica, no consiste en contener o evitar las peleas sino en abrir un espacio diverso, en trazar un desvío, que permita darle a los combates -por otra parte muy intensos y divertidos- un sentido del cual carecían anteriormente. Ya no negar las peleas, sino protagonizarlas y que ese protagonismo se oriente en función de poder otorgarle el valor lúdico que la dinámica de los enfrentamientos entre chicos parece no proveer ni habilitar.


En la jornada siguiente de ludoteca, Gastón volvió y la primera cosa que me señaló fue que nos debíamos el segundo round. Por supuesto, accedí de inmediato pero, dije, lo haríamos al final del día. Gastón estuvo de acuerdo. Durante esa mañana, varias veces, Gastón al pasar junto a mí o mirándome de lejos, me hacía la -sino universal, al menos sí occidental- seña del degüello. Su pequeño dedo índice derecho recorría su cuello de un lado a otro. Luego reía. Me desafiaba, pero riendo. "Ya te voy a agarrar a vos", le dije varias veces forzando un tono amenazante que no lograba disimular mi sonrisa honesta.

A media mañana, Gastón quería dibujar. Me pidió una hoja y lápices. Se los acerqué y me senté junto a él.

-¿Qué vas a dibujar?

-No sé.

-¿Y si dibujas nuestra pelea del otro día?

Sus ojos brillaron: la idea lo había encantado.

Agregué:

-Si querés, vos te dibujás a vos y yo me dibujo a mí, ¿dale?

-Sí, profe.

Comenzó a dibujarse y cuando llegó mi turno me impidió dibujarme. Hizo mi corte de pelo en un primer momento y luego mi rostro. Como no le salía, me pidió ayuda. Terminé de dibujar mi cara y me dijo:

-Falta su aro barrita, profe.

-Es cierto.

Me dibujó el buzo de ludotecas y coloreo mi pelo. Yo pinté su cabello color amarillo y negro. Luego nos pintamos las ropas. En eso se sumó otro chico, Elías, y pintó mis pantalones con acuerdo de Gastón. A su vez, Gastón dibujó las mesas y las ventanas de la ludoteca. Yo aporté un silla.

Aquella pelea de una semana atrás se había convertido en el deseo y la posibilidad de dibujarla. Y no era la obra de uno, sino de varios. La pelea real entre dos había primero desviado a una pelea lúdica, y luego se traducía en un juego -un dibujo abierto- entre varios. Y, tan interesante como eso, se proyectaba en el tiempo. Abandonaba aquél estricto ser ahí para convertirse en material de trabajo. Ya Gastón había operado ese "rescate" desde el momento mismo en que, al entrar a la ludoteca, pidió el segundo round. Ahora con el ejercicio del dibujo lográbamos un operación todavía más aprehensiva de aquél momento, en tanto, por ejemplo, a la hora de dibujar se dieron breves debates sobre las posiciones de los cuerpos, la ropa que teníamos puesta, etc.

Así, las peleas, que solían presentarse como pura exterioridad aparecieron, al compartirlas, como fuente de actividades en común.


más dibujos de otro gastón, acá

un autorretrato (3/3)


Además de la fragmentación informatizada, existen otros rasgos novedosos11, esta vez relacionados a las capacidades productivas puestas en juego: a diferencia de otras formas de producción -la artesanal, la taylorista, la cadena de montaje fordista-, gran parte de los saberes necesarios se adquieren fuera del puesto de trabajo, y dicha formación exógena resulta una condición para acceder a ellos. Por otra parte, la inclusión constante de nuevos recursos tecnológicos obliga a una formación permanente: si con anterioridad, los saberes necesarios eran de tipo artesanales o técnicos, finitos y transmitidos en el espacio laboral concreto12, ahora involucran cada vez más conocimientos que exceden el orden de lo aplicable y la fórmula, que refieren cada vez más a la memoria, la reflexión y la creatividad, la comunicación, las innovaciones procesuales, el trabajo en grupo. Sin embargo, esta tendencia encierra también su revés: tareas absolutamente descualificadas proliferan compartiendo espacio con las anteriores. No se trata, entonces, de leer unilateralmente las nuevas condiciones del trabajo como si fueran el éter de la creatividad sin coerción, o el reino sin roces del puro lenguaje; es también el espacio de viejas nuevas formas de esclavitud, del control y la vigilancia, de la hiperexplotación y las retaylorizaciones, etc. Unas y otras, organizadas informacionalmente, dibujan el rostro, o mejor los rasgos más marcados, de nuestra contemporaneidad: "la sobrevivencia del trabajo en serie y las diferentes formas de taylorismo en los sectores más modernos de la economía, están pasando a depender más bien de métodos generales de sujeción social (…)”13. Unas y otras colonizan el tiempo hasta borrar las fronteras entre el ocio y la tarea, tal como hasta hace algunos años eran entendidos. Unas y otras confunden sus espacios: lo doméstico invade el ámbito laboral; lo laboral invade el ámbito doméstico14.

Más allá de lo especializado o no, existe un elemento que parece ser compartido por un universo amplio de las actividades que hoy llamamos trabajo, y que constituye su rasgo estratégico. Llamaremos posfordismo a la lectura que concibe a las formas de producción actual como la mercantilización de capacidades humanas que anteriormente no se hallaban subsumidas en su totalidad a la valorización capitalista: el habla, los afectos, la comunicación -en definitiva, el lenguaje verbal. La aparición de los mismos en la situación productiva suponía, por ello, una excepcionalidad. O bien era un elemento que precedía a la situación laboral. Tal como dice F. Guattari: "El trabajo aparentemente más serializado -por ejemplo, mover una palanca, vigilar un intermitente de seguridad-, siempre supone la formación previa de un capital semiótico multicompuesto (…)"15. Pero "el lenguaje incluido en el trabajo es una novedad absoluta, la novedad que marca nuestra época", dice Paolo Virno en la conversación que lo tiene como interlocutor incluida en el libro ¿Quién habla? Hoy, aquello que era excepcional, ha devenido la regla. Lo cual nos lleva a la siguiente formulación: si el fordismo supone una organización productiva de los cuerpos fundada en el silencio de los mismos, el posfordismo resulta ser una organización de aquellos en tanto que soportes del lenguaje verbal. En función de su utilidad económica, por un lado se crean espacios dentro de los cuales las capacidades creativas son fomentadas y articuladas a recursos cada vez más complejos (es el caso, por ejemplo, de las políticas laborales de la empresa Google), y por otro lado se diseñan disciplinas estrictísimas de la palabra (vale aquí recordar las experiencias de los Call Center). La creación necesariamente poco reglada de un sitio se paga y se cobra con el aplastamiento de toda creatividad en otros: invención poética o dictado, en eso consiste el mundo contemporáneo.

Solidario de este diagnóstico, desprendiéndose del mismo como un problema decantado, está el lugar del cuerpo en esta nueva organización del trabajo. Si bien es cierto que entre formas de organización existen continuidades y que las capacidades genéricas han sido siempre la variable a partir de la cual la creatividad emerge, también es cierto que desde el animae vocae griego -precisamente un puro cuerpo, exiliado de lo político, una palabra sin valor- en adelante, la fuerza física, adquirido un cierto saber, debía reproducirse necesariamente para estar en condiciones de repetir el acto productivo. Una memoria del cuerpo aparecía como el horizonte de la educación para el trabajo: de allí la repetición, la ortopedia, y la marcialización más o menos difusa. Visto desde esta perspectiva, el concepto “fuerza de trabajo” adquiere una dimensión nueva, insinuando tal vez algo de su genealogía. Hoy el cuerpo tiende a ser un soporte del lenguaje verbal. Los afectos y el lenguaje verbal, el cuerpo subjetivado, se convierten en una de las variables claves de la producción económica contemporánea. La materia prima para la elaboración económica: el paradigma de una nueva economía extractiva, tanto desde el punto de vista del trabajo como del consumo. El cuerpo, que como fuerza muscular se retira de los procesos productivos y creativos, emerge bajo la forma de un énfasis en lo deseante, detallada en sus pormenores por David Le Breton. A diferencia del paradigma foucaultiano centrado en la sujeción del cuerpo, "hoy las computadoras y las tecnologías son utilizadas para controlar, pero este control es, en la mayoría de los casos, de procesos y no de personas". A manera de cierre, quizá pueda dejarse planteada la hipótesis de que uno de los grandes acontecimientos de la época involucra una modificación sustancial del estatuto de la corporalidad.



Un autorretrato. (2/3)


Resultan numerosos los autores que ligan el pasaje de época a las modificaciones tecnológicas en la producción, circulación y procesamiento de la información.
Si bien es preciso, tal como dice Fredric Jameson, no perder de vista el riesgo que implica un abuso de la metáfora tecnológica a la hora de trazar los rasgos del rostro de nuestro presente -y en ese sentido subrayamos que no puede pensarse lo informacional como isla autónoma o determinación en última instancia, sino que es vital para el análisis no perder de vista la interrelación de elementos heterogéneos en los cambios históricos- también es importante, a los fines mismos de una comprensión histórica más fina, considerar lo informacional en su especificidad, esto es, en su capacidad de producir determinados efectos.
“No existe ninguna revolución tecnológica que no sea también más profundamente una mutación del capitalismo”, dice Deleuze. En cuanto al período que nos interesa, y según Manuel Castells, la "reestructuración del capitalismo (...) como respuesta a la crisis de los setenta ha sido realizada mediante el amplio uso del potencial ofrecido por las nuevas tecnologías: el microprocesador se inventó en 1971, las técnicas de recombinación genética se descubrieron en 1973, el ordenador personal se introdujo en 1975 (...)" . Fernando Mirés llama a dicho proceso "la revolución microelectrónica" . Dicha revolución, en términos de producción económica, permite la optimización de los sistemas de gestión al tiempo que nuevas formas de utilización y procesamiento de materiales. Pero lo que signa la novedad de la época es "el surgimiento del procesamiento de la información como la actividad central y fundamental para el condicionamiento de la efectividad y productividad de todos los procesos de producción, distribución, consumo y gestión"
Esa posibilidad tecnológica vinculada con procesos sociales y políticos de diverso origen, permitió que se operara una internacionalización acelerada de los procesos económicos orientados, en última instancia, al incremento de la rentabilidad.
Del mismo modo que la denominada revolución industrial no eliminó las actividades económicas que la precedían sino que las reintegró bajo un nuevo esquema sociotecnológico, la revolución informacional permitió subsumir progresivamente el conjunto de actividades a las lógicas de funcionamiento de las tecnologías de la información, produciendo así nuevas realidades al tiempo que instalaba nuevos paradigmas de pensamiento. En ese sentido, la experiencia de la información como flujos, las nuevas coordenadas espacio-temporales que permiten el intercambio en tiempo real, la compresión espacial y temporal y su consecuente efecto de desarraigo o desterritorialización aparecen como elementos característicos de nuestra época.
Sin dejar de lado el supuesto de que las innovaciones productivas deben ser pensadas en relación a transformaciones más amplias que involucran los modos de vida social en general, no pueden ser obviadas las determinantes reestructuraciones desplegadas en los ámbitos de la producción industrial, los servicios y los trabajos administrativos, la investigación científica, el comercio mundial, todas las cuales hacen posible y vuelven necesarios profundos movimientos de reconfiguración de las relaciones productivas, a la luz de su reorganización técnica, organizativa y localizacional.






Otro dato económico de altísima relevancia y marcada vinculación con las innovaciones informáticas y comunicacionales que resulta útil para analizar el período tiene que ver con el crecimiento y renovación de las formas de la especulación financiera: enormes activos financieros, cuyo nacimiento suele fecharse en la crisis de los petrodólares hacia 1973, comienzan a encontrar posibilidades de valorización en mercados y bolsas de valores que antes estaban vedados o fuertemente reglados. Las inversiones toman múltiples direcciones geográficas y económicas: desde países altamente desarrollados hacia países económicamente pobres (p.e. desde EE.UU. a China), desde países desarrollados a otros en condiciones similares (p.e. desde Japón a EE.UU.); préstamos a los Estados, inversiones industriales y especulación en los mercados de acciones son los modos predominantes de circulación del capital. Los organismos financieros internacionales de crédito adquieren un poder inédito sobre las políticas económicas de escala nacional. La dependencia financiera se generaliza. New York, London y Tokyo redefinen la estructura institucional de sus mercados financieros -proceso conocido como desregulación- de manera tal que el juego involucre a nuevos actores: fondos de inversión, fondos de pensiones, bancos de inversión, grandes empresas, entre otros. A causa de dicho proceso desregulatorio, se organizan numerosos servicios que configuran, paralelamente, un nuevo tipo de fuerza de trabajo. El capital financiero global adquiere una fuerza y unos modos de funcionamiento inéditos que se vale fuertemente de las novedades tecnológicas para imprimirle a los movimientos y decisiones económicas una velocidad inaudita. Por su parte, la capacidad bancaria se abstrae sensiblemente de los procesos productivos y de los territorios, lo cual vuelve a los capitales más atentos a las posibilidades de valorización inmediata y sus consecuentes migraciones repentinas. Los avances en el desarrollo de las tecnologías de la información hacen posible la aceleración e intensificación de dichos movimientos a escala planetaria: sin ellos hubiera sido imposible, quizá hasta impensable. Es así que, progresivamente, se puede hablar de capital situado en territorios nacionales, pero ya no de capitales nacionales.

Bajo estas condiciones tecnológicas y posibilidades de inversión, un inmenso proceso productivo es articulado a escala planetaria, con una fragmentación intensa de las tareas que en encuentran su momento de integración en una instancia informática. Se podría hablar ya no de una división internacional del trabajo sino de una cadena de montaje global virtual. La cadena de montaje global virtual posee ciertos rasgos característicos: se compone, por decirlo en palabras de Manuel Castells, de redes de empresas-red, es altamente volátil, su materialidad es la información y depende fuertemente del capital financiero. Por su parte, la organización del trabajo suele respetar un patrón que ubica las decisiones en materia de inversiones y de diseño de productos en ámbitos metropolitanos, mientras que el ensamblaje y la producción estrictamente material queda localizada en países no occidentales. Sin embargo este patrón no es una ley de hierro y es posible encontrar casos y experiencias que lo contradigan. En materia de relaciones laborales, éstas abarcan desde la esclavitud (los talleres textiles, por ejemplo, presentes no sólo en Buenos Aires sino también en New York, dando la pauta de una introyección del binomio Norte-Sur al interior del propio Norte) a las gerencias y miembros de los departamentos de I+D con sueldos millonarios.
Esta cadena de montaje global virtual no configura ya una división compuesta de relaciones entre territorios cuyos productos a intercambiar son elaborados, al menos tendencialmente, en su totalidad en el territorio en cuestión, y que dejan atrás las fronteras una vez acabados, sino una producción globalizada (o hecha posible por condiciones globales). Es decir un proceso que no involucra grandes territorios articulados alrededor de ciertos ciclos productivos , sino más bien espacios concretos, hiperdelimitados, en los cuales se lleva a cabo una función. Dicha función se halla interconectada esencialmente con todas las otras funciones que articulan un determinado proceso productivo. Y, en palabras de M. Castells, “la reintegración de lo descentralizado se opera vía informática”. Aquello que hasta hace tiempo era llamado mundo, se convierte en una gigantesca unidad de producciones interdependientes: "la economía internacional crea una geometría (…) que niega el sentido productivo específico de cualquier lugar fuera de su posición en una red cuya forma cambia constantemente en respuesta a los mensajes de señales invisibles y código desconocidos" . Ya no se trataría de lugares en el sentido antiguo del término, sino de posiciones.

Un autoretrato. (1/3)

Algunos rasgos nuestra contemporaneidad.

Hacia mediados de la década de los sesenta, un fantasma recorre no sólo Europa sino el Occidente industrializado. A diferencia del fantasma decimonónico, este no arrastra harapos ni se forma de multitudes famélicas que orillan endémicamente la supervivencia. Este nuevo fantasma tiene un rostro por lo general joven y bien alimentado. Con mucha frecuencia, su cuerpo se compone de obreros industriales y diferentes actores procedentes de medios universitarios. Es una revuelta en plena sociedad opulenta: no la moviliza, no inmediatamente, el hambre y la miseria. En cambio, sus protagonistas sostienen que es necesario redefinir los valores y las prácticas que nutren la vida social cotidiana: atacan la rigidez burocrática, los empleos fijos, la verticalidad y moral de las relaciones familiares y de género, las avanzadas bélicas de los Estados de los cuales son ciudadanos, las instituciones del arte, las dinámicas de producción y circulación de conocimientos y los espacios, recursos y modos de la creación. Aparecen nuevos problemas que requieren nuevas preguntas y nuevas respuestas.

El mundo en que vivimos actualmente debe mucho a aquellos procesos sociales desatados -o intensificados- desde mediados de la década de los ‘60, cuyas consecuencias como dijera Mao Ze Dong respecto a la Revolución Francesa, parece quizá prematuro todavía evaluar con precisión. Formas de pensar, de producir y de vivir se condensaron en flujos sociales que modificaron irreversiblemente la existencia en sociedad.

En esa complejísima ola de acontecimientos a escala planetaria, también nuevas prácticas orientadas a la economía capitalista comenzaron a tomar forma. El fantasma, nuevamente a diferencia del decimonónico, no era esencialmente comunista. Más aún, puede plantearse -y se ha hecho- que durante período "sesentayocho" de seguro había varios fantasmas recorriendo los territorios. De allí que sea posible hablar de los años sesentas y setentas no sólo como situaciones históricas prolíficas en relación al diseño de prácticas anticapitalistas sino también como inmensos procesos de cambio que involucraban elementos orientados a la reformulación del capitalismo en una clave diferente a la establecida a la salida de la segunda posguerra.

A los fines de calibrar la relación entre crítica y capitalismo puede ser útil recordar lo escrito por Luc Boltansky y Ève Chiapello:

“Cuando el capitalismo se ve obligado a responder a los puntos destacados por la critica para tratar de apaciguarla y para conservar la adhesión de sus tropas –que corren el peligro de prestar atención a las denuncias de la crítica, procede en esa misma operación a incorporar en su seno una parte de los valores en nombre de los cuales era criticado. El efecto dinámico de la crítica sobre el espíritu del capitalismo pasa por el reforzamiento de las justificaciones y de los dispositivos asociados que, sin poner en cuestión el principio mismo de acumulación ni la exigencia de obtener beneficios, dan satisfacción parcial a la crítica e integran constricciones en el capitalismo que se corresponden con los puntos que preocupaban a la mayor parte de sus detractores. El coste que la crítica ha de pagar por ser escuchada, al menos parcialmente, es ver cómo una parte de los valores que había movilizado para oponerse a la forma adoptada por el proceso de acumulación es puesta al servicio de esta misma acumulación mediante el proceso de aculturación (…)[1].

Sin embargo, en el importante trabajo de estos pensadores franceses, la relación entre crítica y statuo quo aparece como excesivamente antagónica: la crítica habría sido esencialmente anticapitalista y el statuto quo exclusivamente capitalista; la solución o resultante, pues, habría sido una suerte de procesamiento capitalista de la crítica no capitalista. Sin embargo, es posible decir que durante la década de los '60 y, más intensamente, durante los '70 los procesos de crítica implicaban a diversos protagonistas y actores que sostenían, consecuentemente, posiciones divergentes. Por ello, vale quizá adoptar la idea de Deleuze, que resulta una proposición lo suficientemente genérica del Mayo francés como para habilitar la convivencia de líneas y tendencias diversas:

"There were many agitations, gesticulations, slogans, idiocies, illusions in 68, but this is not what counts. What counts amounted to a visionary phenomenon, as if a society suddenly perceived what was intolerable in itself and also saw the possibility of change. It is a collective phenomenon in the form of: "Give me the possible, or else I'll suffocate." The possible does not pre-exist, it is created by the event. It is a matter of life. The event creates a new existence, it produces a new subjectivity (new relations with the body, with time, sexuality, the immediate surroundings, with culture, work)"[2].

En este amplio marco de reconfiguración social, hacia mediados de la década de 1970, comienzan a darse un conjunto de procesos de transformaciones organizativas y tecnológicas en las economías industriales más importantes del planeta que modificarán profundamente los modos de producción y, más ampliamente, de vida sostenidos desde finales de la Segunda Guerra Mundial.

En relación a los aspectos organizativos de la producción desde la perspectiva del capital es importante recalcar la innovaciones introducidas en el pensamiento económico y más específicamente el perfil del management actual, es decir, aquel que se viene desarrollando desde principios de los años ‘80.El mismo produce un tipo de figura empresarial diferente a las dos anteriores: la decimonónica, que combinaba innovación y moral tradicional y la fordista, apoyada en una fascinación por la organización y el gigantismo[3]. Ambas figuras partían de la existencia de un enemigo interno: los trabajadores.

Aquél modo dualista de pensar la fábrica, sostenido en las condiciones del pleno empleo, el verticalismo empresarial y la fuerte politización de los trabajadores, ha ido dando paso a un pensamiento empresarial que tiende a pensar en clave de “fábrica integrada”[4]: sin lugar a dudas, la progresiva precarización del empleo resulta ser un importantísimo factor a la hora de disciplinar a los trabajadores. Sin embargo, esta idea de fábrica integrada responde también a nuevas condiciones y requerimientos, que veremos más adelante, hacia el trabajo por parte del capital. Así mismo, esta estrategia empresarial monísta se relaciona esencialmente con la experiencia anterior de la fábrica conflictiva, con el tipo de luchas, enfrentamientos y formas de negociación entre los trabajadores y los empresarios.

De alguna manera, pueden pensarse estas nuevas estrategias como un balance empresarial activo de aquel ciclo de luchas. Y resulta vital tener siempre presente estas condiciones a la hora de pensar las profundas transformaciones tecnológicas en la producción económica a escala global.

Es posible decir que es a partir de aquél balance que, en búsqueda de márgenes de ganancias superiores a los que otorgaba el modelo keynesiano y huyendo de la conflictividad social y del peso de los sindicatos y las políticas distribucionistas, numerosas empresas, buscando plazas de producción a bajo costo a través del mejoramiento de los sistemas de transporte y comunicación y de la automatización e informatización de partes importantes del proceso productivo comienzan -primero lentamente y a principios de los '80 con mayor velocidad- un proceso de reestructuración profunda, que modifica las maneras de organizar el trabajo, los modos de localización de la producción, las relaciones de la empresa con su entorno -inmediato o virtual- y las configuraciones urbanas. Dicho proceso se dinamiza a través de tres vectores profundamente vinculados entre sí:

-el uso de nuevas tecnologías de la información sea en la producción, como en el transporte y financiación de las actividades económicas.

-la descentralización de la producción respecto a los territorios de las economías altamente industrializadas.

-la apuesta por la innovación y el conocimiento como fuerzas productivas fundamentales[5].



La propuesta de este escrito es desarrollar escuetamente algunas de las características que asume cada una de estas expresiones históricas de las transformaciones en curso.


[1]Bolstansky, L y Chiapello, E. El nuevo espíritu del capitalismo, Akal, Madrid, 2002.

[2] "Hubo muchas agitaciones, gesticulaciones, slogans, estupideces, ilusiones en el 68, pero no es lo que cuenta. Lo que cuenta equivale a un fenómeno visionario, como si la sociedad súbitamente hubiera percibido lo que había de intolerable en ella misma y también la posibilidad de cambio. Es un fenómeno colectivo bajo la forma del "Dadme lo posible, de otro modo me sofoco". Lo posible no pre-existe, es creado por el acontecimiento. Es una cuestión de vida. El acontecimiento crea una nueva existencia, produce una nueva subjetividad (nuevas relaciones con el cuerpo, con el tiempo, con la sexualidad, con el entorno inmediato, con la cultura y el trabajo)". [La traducción es mía]. Deleuze, Gilles y Guattari, Felix, May 68 did not take place en http://www.illogicaloperation.com/textz/deleuze_gilles_guattari_felix_may_68.htm (última consulta: 25/08/08).

En este sentido, también la narrativa de Michel Houellebecq puede pensarse como una cartografía ambivalente de los años sesenta franceses, en los cuales es posible visualizar sea elementos anticapitalistas como innovadores al interior del capitalismo. Otra lectura en este sentido, aunque desde un sesgo radicalmente diverso, la constituye aquella de Castoriadis.

[3] Boltansky y Chiapello, op.cit. Las figuras empresariales presentaban aspectos casi con exclusividad de tipo imperativos; además, al suponer el conflicto, al orientar su accionar teniéndolo como operador objetivo, procuraban codificarlo. Los trabajadores, por su parte, construían fuertes identidades en torno a los oficios, a los saberes o a las vinculaciones políticas. Ser obrero significaba, simultáneamente, poseer un saber, pertenecer a una rama industrial o inscribirse en una tradición u organización política. El mundo obrero tenía una cierta consistencia propia, al tiempo que se redefinía constantemente en función de sus devenires políticos y culturales.

[4]Para la idea de “fábrica dualista” y “fábrica integrada” véase Revelli, M. 8 tesis sobre posfordismo en Revista Contrapoder nº 5, Buenos Aires, 2002.

[5] Respecto a la dicho anteriormente en relación a la ambivalencia de las críticas originadas en el sesenta y ocho, es interesante considerar las revueltas estudiantiles de aquel período no como revueltas marginales a la centralidad de la clase obrera industrial -tal como casi siempre se ha sostenido- , si no como primeros síntomas de la redefinición de problema del conocimiento en la producción. Desde diferentes lugares, y en momentos distintos, Habermas, Franco Berardi y Maurizio Lazzarato han señalado esta cuestión.