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... ¡nos vemos! ...


escritura y muerte


febrero de 1600:
Giordano Bruno va a morir en las hogueras de la Inquisición romana.

Poco antes escribe:


Decid, ¿cuál es mi crimen? ¿lo sospecháis siquiera?
Y me acusáis, ¡sabiendo que nunca delinquí!
Quemádme, que mañana, donde encendáis la hoguera,
Levantará la historia una estatua para mí.
Yo sé que me condena vuestra demencia suma,
¿Por qué?...Porque las luces busqué de la verdad,
No en vuestra falsa ciencia que el pensamiento abruma
Con dogmas y con mitos robados a otra edad,
Sino en el libro eterno del Universo mundo,
que encierra entre sus folios de inmensa duración;
los gérmenes benditos de un porvenir fecundo,
basado en la justicia, fundado en la razón.
Y bien, sabéis que el hombre, si busca en su conciencia,
la causa de las causas, el último por qué
ha de trocar muy pronto, la Biblia por la ciencia,
los templos por la escuela, la razón por la fé.
Yo sé que esto os asusta, como os asusta todo
todo lo grande , y quisierais poderme desmentir.
Más aún, vuestras conciencias, hundidas en el lodo
de un servilismo que hace de lástima gemir...
Aún allá, en el fondo, bien saben que la idea,
es intangible, eterna, divina, inmaterial...
Que no es ella el Dios y la religión vuestra
Sino la que forma con sus cambios, la historia universal.
Que es ella la que saca la vida del osario
la que convierte al hombre, de polvo, en creador,
la que escribió con sangre la escena del calvario,
después de haber escrito con luz, la de Tabor.
Más sois siempre los mismos, los viejos fariseos,
Los que oran y se postran donde los puedan ver,
fingiendo fe, sois falsos llamando a Dios, ateos
¡chacales que un cadáver buscáis para roer!...
¿Cuál es vuestra doctrina? tejido de patrañas,
vuestra ortodoxia, embuste;
vuestro patriarca, un rey;
leyenda vuestra historia, fantástica y extraña.
Vuestra razón la fuerza; y el oro vuestra ley.
Tenéis todos los vicios que antaño los gentiles
Tenéis la bacanales, su pérfida maldad;
como ellos sois farsantes, hipócritas y viles
Queréis, como quisieron, matar a la verdad.

Más...¡Vano vuestro empeño!...
Si en esto vence alguno; soy yo porque la historia dirá en lo porvenir:
"Respeto a los que mueren como muriera Bruno"
Y en cambio vuestros nombres...¿Quién los podrá decir?
¡Ah!...Prefiero mil veces mi muerte a vuestra suerte;
morir como yo muero...no es una muerte ¡no!
Morir así es la vida; vuestro vivir, la muerte
Por eso habrá quien triunfe, y no es Roma ¡Soy Yo!
Decid a vuestro Papa, vuestro señor y dueño,
Decidle que a la muerte me entrego como un sueño,
porque es la muerte un sueño, que nos conduce a Dios...
Más no a ese Dios siniestro, con vicios y pasiones
que al hombre da la vida y al par su maldición,
Sino a ese Dios-Idea, que en mil evoluciones
da a la materia forma, y vida a la creación.
No al Dios de las batallas, sí al Dios del pensamiento,
al Dios de la conciencia, al Dios que vive en mí,
Al Dios que anima el fuego, la luz, la tierra, el viento,
Al Dios de las bondades, no al Dios de ira sin fin.
Decidle que diez años, con fiebre, con delirio,
Con hambre, no pudieron mi voluntad quebrar,
Que niegue Pedro al Maestro Jesús, que a mí ante el martirio,
de la verdad que sepa, no me haréis apostatar.
¡Más basta!...¡Yo os aguardo! Dad fin a vuestra obra,
¡Cobardes! ¿Qué os detiene?...¿Teméis al porvenir?
¡Ah!...Tembláis...Es porque os falta la fe que a mi me sobra...
Miradme...Yo no tiemblo...
¡Y soy quien va a morir!...

una idea de espacio


Rossiter trabajaba en el departamento municipal de seguros, y tenía fácil acceso a las estadísticas del censo. Durante los últimos diez años estas estadísticas habían sido clasificadas como secretas, en parte porque se consideraban inexactas, pero sobre todo porque se temía que provocaran un ataque masivo de claustrofobia. Ya habían sobrevenido algunas crisis de pánico, y la política oficial era ahora declarar que la población mundial había llegado a un nivel estable de veinte mil millones. Nadie lo creía, y Ward pensaba que el crecimiento anual del tres por ciento seguía manteniéndose desde 1960.
Durante cuánto tiempo se mantendría así era imposible decirlo. A pesar de las sombrías profecías de los neomaltusianos, la agricultura había crecido adecuadamente junto con la población mundial, aunque los cultivos intensivos habían obligado a que el noventa y cinco por ciento de la población viviera permanentemente encerrada en vastas zonas urbanas. El área de las ciudades había sido limitada al fin, pues la agricultura había reclamado las superficies suburbanas de todo el mundo, y el exceso de habitantes había sido confinado en los ghettos urbanos. El campo como tal ya no existía. En cada metro cuadrado de tierra crecía algún tipo de planta comestible. Los prados y praderas del mundo eran ahora terrenos industriales tan mecanizados y cerrados al público como cualquier área de fábricas.


J.G.BALLARD (BILENIO)

dos experiencias del tiempo


Unos detalles evidentes y aparentemente insignificantes: desde el desvanecimiento de la política de emancipación ha cundido la periodización en décadas. Recuerdo la muerte de Kennedy o el Cordobazo, recuerdo Vietnam o París en Mayo, recuerdo la revolución cubana y el golpe de Pinochet; recuerdo Trelew y Monte chingolo, pero no logro recordar décadas. En los '60 o '70 no había décadas sino acontecimentos que periodizaban. La huelga actual de acontecimientos otorga privilegios periodizantes al sistema métrico decimal. Desde los '80, la primera década efectiva, las décadas se han vuelto el principio retroactivo de institución del recuerdo social. Nuestra situación supone una temporalidad homogénea e integral, coloreada amablemente por músicas y cosméticas.

ignacio lewkowicz, 1997
más textos: acá

LICHTENBERG



*Hay gente que cree que todo lo que se hace con cara seria es razonable.


*Algo que se moviera de un extremo a otro de un grano de arena
con la velocidad del relámpago o de la luz
nos daría la impresión de estar en reposo.


*El hombre ama la compañia, así sea la de una vela encendida.


*Como todas las cosas corrosivas,
el chiste y el humor deben emplearse con cuidado.


*Es evidente que no puedo decir que nos irá mejor con un cambio,
pero sí que para mejorar debe haber un cambio.



a partir de conrad (última parte)

Pero la selva no es una amenaza en sí. Existen hombres que habitan en ella. Sólo es amenazante para quien no experimenta ninguna familiaridad con ella. Sólo es amenazante con el extranjero, con un cierto tipo de extranjero Esa amenaza devuelve a éste a unas dimensiones que siglos de urbanidad habían ocultado:

Todo aquello era grandioso, esperanzador, mudo, mientras aquel hombre charlaba banalmente sobre sí mismo. Me pregunté si la quietud del rostro de aquella inmensidad que nos contemplaba a ambos significaba un buen presagio o una amenaza. ¿Qué éramos nosotros, extraviados en aquel lugar? ¿Podíamos dominar aquella cosa muda, o sería ella la que nos manejaría a nosotros? Percibí cuán grande, cuán inmensamente grande era aquella cosa que no podía hablar, y que tal vez también fuera sorda"

La urbanidad, habitar en una ciudad, quiere decir encontrarse entramado en una infinidad de lazos sociales que proveen de consistencia a la cotidianeidad. Por decirlo de algún modo, la ciudad es una sociabilidad densa, múltiple. Parafraseando a Nietzsche, cuando dice que un pez nunca conocerá el agua en tanto su relación inmediata con la misma constituye la imposibilidad de la distancia necesaria para el acto cognitivo, pareciera que la experiencia selvática da a Conrad (a sus personajes) una nueva percepción de lo urbano cuando, en OOP, reflexiona sobre la situación de Kayerts y Carlier:

"Eran dos individuos perfectamente insignificantes e ineptos, de esos cuya existencia se hace posible en la fuerte organización de las muchedumbres civilizadas. (…) Valor, serenidad, confianza; emociones y principios: todo pensamiento, grande o insignificante, pertenece no al hombre sino a la muchedumbre, a la muchedumbre que cree ciegamente en la fuerza irresistible de sus instituciones y de su moral, en el valor de su policía y de su opinión".


La muchedumbre, otro nombre para la vida en sociedad, funciona como un Otro que nos recuerda quiénes somos, es la fuerza misma de la costumbre. Para Marlow, en ECT, esa experiencia de sociabilidad es, a la vez, un velo y una tutela: impide ver lo que la soledad de un hombre es capaz de hacer sobre él:

"Nunca lo entenderéis. ¿Cómo podrías entenderlo, teniendo como tenéis los pies sobre un pavimento sólido, rodeados de vecinos amables siempre dispuestos a agasajaros y auxiliaros, caminando delicadamente entre el carnicero y la policía, viviendo bajo el santo terror del escándalo, la horca y los manicomios?"

La enumeración no es arbitraria: en ella se encuentra la solidaridad, el alimento, la mediación, el ridículo, el castigo y el encierro. Conrad nos pone una pregunta que pareciera refutar las tesis de Rousseau sobre el origen de la desigualdad entre los hombres (el hombre es bueno por naturaleza y éste, en soledad, carece de las presiones sociales que lo compelen al daño mutuo). Es decir, responde a Rousseau con una tesis hobbesiana. La posición de víctima del hombre moderno respecto a esta nueva realidad -la selva- queda clara cuando Marlow dedica la siguiente reflexión al devenir de Kurtz:

"La selva había logrado poseerlo pronto y se había vengado en él de la fantástica invasión de la que había sido objeto".

Es decir: el sujeto de la invasión se convierte en objeto de venganza por parte de ese nuevo sujeto llamado selva. Pero ¿no es posible, siguiendo la línea de pensamiento que he planteado, considerar que la lógica propia de la vida moderna es parte fundamental en la definición de la subjetividad de Kurzt en la selva? No se trataría de una vida premoderna, de un retroceso, sino más bien de la vida selvática en condiciones modernas.

Dicha combinación de selva y aflojamiento de los lazos sociales produce un experiencia que, progresivamente, irá adquiriendo características irreales, teatrales, pesadillezcas. Para cualquiera que haya viajado, en el sentido de haber abandonado la familiaridad, la intimidad, la experiencia de Marlow, la perplejidad, la inconsistencia de uno mismo y del mundo, es comprensible. Sólo que en el marino, dicha perplejidad se haya suplementada por una palabra que intenta nominar una sensación, y que irá adquiriendo su significado lentamente, casi al ritmo en que el mismo Marlow se interna en África. Una palabra en inglés, sí, es decir, familiar, pero que la experiencia africana modificará para siempre, que abrirá a un significado tan radical que todo lo demás parecerá irrisorio: horror.

"No se podía decir inhumano. Era algo peor, sabéis, esa sospecha de que no fueran inhumanos. La idea surgía lentamente en uno. (…) lo que en verdad producía estremecimiento era la idea de su humanidad, igual que la de uno, la idea del remoto parentesco con aquellos seres salvajes, apasionados y tumultuosos. Feo ¿no? Sí, era algo bastante feo".

África, para Occidente, se constituye así como una humanidad casi inhumana:

"El mismo recuerdo que guardo de aquella época me rodea, impalpable, como una vibración agonizante de un vocerío inmenso, enloquecido, sórdido, salvaje, o sencillamente despreciable, sin ningún sentido".

El hombre que ha sido dejado en soledad no es el hombre rousseauniano, libre de marcas históricas, fuera del tiempo, virgen del odio. Es un hombre occidental moderno. Kurzt es, sencillamente, el nombre de lo que un hombre occidental moderno es, también, capaz de hacer. Lo civilizatorio y lo salvaje se funden en un proceso extraño en el que la experiencia se reconvierte. Uno y otro ya no son lo mismo, ni la experiencia que resulta de su encuentro es una simple sumatoria de las partes precedentes. Es por ello que no puede hablarse, en "El corazón de las tinieblas" ni en "Una avanzada del progreso", de un polo europeo civilizatorio corrompido y de un polo salvaje corruptor: tanto en una obra como en otra asistimos a la progresiva desaparición de dicha frontera, a la emergencia de la ambivalencia irreductible propia del proceso colonialista: los civilizados muestran su rostro cruel y las víctimas se revelan muchas veces también sujetos activos del proceso: los negreros del interior, encargados de capturar y transportar a los futuros esclavos a las costas; los príncipes y reyes locales que consienten y fomentan la trata y la explotación indiscriminada de los recursos, los africanos que hacen las veces de puntos de contacto entre aldeas, provincias y administración colonial -el caso de Makola en OOP-, los esclavos que a su vez compran esclavos (aunque esto no siempre significara un deseo de venganza en el otro, sino a veces un modo de protegerlo). El colonialismo parece no poder pensarse como un antagonismo perfecto entre blancos y negros. Es un fenómeno transversal, de múltiples modulaciones. Pensarlo no opacaría en absoluto el desastre producido en África durante 500 años, sino que le devolvería a éste su densidad histórica y, por ello, su complejidad política.