Un sello deja marcas


(a propósito de los cien discos del sello Planeta X)


Un sello deja marcas

Planeta X: constelación
con muchos centros de gravedad
de bordes difusos
entre coexistencias:
casas, fiestas, recitales, revistas,
instrumentos, cables, vasos, entradas,
muchas noches profundas y varios atardeceres,
gente en sillones, gente bailando, gente charlando.
Sello.
Un sello deja marcas.
Zona creativa, fundamental, núcleo duro,
de confluencia colectiva,
de experimentación artística, de aprendizajes tecnológicos,
de gestión cooperativa, de visibilidad pública.
Al 30 de mayo de 2013: 99 discos juntos, ajenos a los principios de acumulación
o hacinamiento.
Porque los discos son cosas que no se suman.
De cerca, cada número es cifra de ideas,
luz sobre historias secretas de gente que ha visto melodías,
caminó entre armonías, abrazó ruidos,
four-on-the-floor y polirritmias.
Sintió el sabor agridulce de crear,
se fue a vivir, por mucho tiempo, a una estación de trabajo
de audio digital.
Planeta X discos es un sello -un catálogo-
sorprendentemente extenso. Sus orígenes se hallan enterrados
en una casa del centro de Rosario
en la mitad de la década de los noventa. Desde entonces
se ramificó como una membrana político-sensible,
como plataforma de atracción y diseminación
de maneras autogestivas
festivas,
de vivir las creaciones musicales,
de compartirlas.
La historia de Planeta X discos es la historia
de infinitas maneras de encontrarse para hacer
discos desnudos de estéticas tribales.
No es el gusto lo que decide qué se edita.
Tampoco la amplitud indiscriminada,
¿Cuál es, entonces, el criterio?
Arriesgo:
orbitar alrededor de la íntima relación
que cada uno establece con su propia música
y los afectos y las alianzas productivas
que construyen (a) aquellos que transitan lo musical
como colectivo.
Un énfasis en las experiencias, un criterio ético.
Una é(s)t(é)ica.
31 de mayo de 2013: llegamos al Cien.
Y alguien dice
que el Cien tiene que ser diferente
y otro dice
que el Cien tiene que encontrar
su lugar en el catálogo como si fuera su espíritu.
Entonces el 100
abre las puertas de la fábrica musical,
muestra que siempre hay
sonidos, silencios, imágenes, palabras,
manos, oídos, memorias, visiones de futuro
vibrando en simultáneo,
que siempre hay
personas
imaginando
improvisando
planificando
en construcción.










Si alguien dice

"Si alguien dice: "Todo cambia y tan pronto que no hay tiempo de habituarse, que siempre es necesario adaptarse, agotar ciclos. He aquí la historia...", habría que responder: "Primero, no todo lo que cambia es historia. El verse precisado a adaptar la pequeña tarea, repetir los ciclos, etc., no debe confundirse con las modificaciones, las transformaciones. Observemos bien. Las relaciones sociales, por ejemplo aquellas que llamamos "contractuales", ¿han cambiado?. Por lo contrario, si alguien dice: "Nada se ha movido. Eso que se transparenta es la naturaleza humana, el espíritu humano, su inmovilidad mental y social...", respóndase: "No, ¡pero no! Se anuncia una metamorfosis tal, que los vocablos corrientes "mutación", "cambio" ¡resultan débiles!"

Henri Lefevbre, LA VIOLENCIA Y EL FIN DE LA HISTORIA, 1973.