Pero la selva no es una amenaza en sí. Existen hombres que habitan en ella. Sólo es amenazante para quien no experimenta ninguna familiaridad con ella. Sólo es amenazante con el extranjero, con un cierto tipo de extranjero Esa amenaza devuelve a éste a unas dimensiones que siglos de urbanidad habían ocultado:
Todo aquello era grandioso, esperanzador, mudo, mientras aquel hombre charlaba banalmente sobre sí mismo. Me pregunté si la quietud del rostro de aquella inmensidad que nos contemplaba a ambos significaba un buen presagio o una amenaza. ¿Qué éramos nosotros, extraviados en aquel lugar? ¿Podíamos dominar aquella cosa muda, o sería ella la que nos manejaría a nosotros? Percibí cuán grande, cuán inmensamente grande era aquella cosa que no podía hablar, y que tal vez también fuera sorda"
La urbanidad, habitar en una ciudad, quiere decir encontrarse entramado en una infinidad de lazos sociales que proveen de consistencia a la cotidianeidad. Por decirlo de algún modo, la ciudad es una sociabilidad densa, múltiple. Parafraseando a Nietzsche, cuando dice que un pez nunca conocerá el agua en tanto su relación inmediata con la misma constituye la imposibilidad de la distancia necesaria para el acto cognitivo, pareciera que la experiencia selvática da a Conrad (a sus personajes) una nueva percepción de lo urbano cuando, en OOP, reflexiona sobre la situación de Kayerts y Carlier:
"Eran dos individuos perfectamente insignificantes e ineptos, de esos cuya existencia se hace posible en la fuerte organización de las muchedumbres civilizadas. (…) Valor, serenidad, confianza; emociones y principios: todo pensamiento, grande o insignificante, pertenece no al hombre sino a la muchedumbre, a la muchedumbre que cree ciegamente en la fuerza irresistible de sus instituciones y de su moral, en el valor de su policía y de su opinión".
La muchedumbre, otro nombre para la vida en sociedad, funciona como un Otro que nos recuerda quiénes somos, es la fuerza misma de la costumbre. Para Marlow, en ECT, esa experiencia de sociabilidad es, a la vez, un velo y una tutela: impide ver lo que la soledad de un hombre es capaz de hacer sobre él:
"Nunca lo entenderéis. ¿Cómo podrías entenderlo, teniendo como tenéis los pies sobre un pavimento sólido, rodeados de vecinos amables siempre dispuestos a agasajaros y auxiliaros, caminando delicadamente entre el carnicero y la policía, viviendo bajo el santo terror del escándalo, la horca y los manicomios?"
La enumeración no es arbitraria: en ella se encuentra la solidaridad, el alimento, la mediación, el ridículo, el castigo y el encierro. Conrad nos pone una pregunta que pareciera refutar las tesis de Rousseau sobre el origen de la desigualdad entre los hombres (el hombre es bueno por naturaleza y éste, en soledad, carece de las presiones sociales que lo compelen al daño mutuo). Es decir, responde a Rousseau con una tesis hobbesiana. La posición de víctima del hombre moderno respecto a esta nueva realidad -la selva- queda clara cuando Marlow dedica la siguiente reflexión al devenir de Kurtz:
"La selva había logrado poseerlo pronto y se había vengado en él de la fantástica invasión de la que había sido objeto".
Es decir: el sujeto de la invasión se convierte en objeto de venganza por parte de ese nuevo sujeto llamado selva. Pero ¿no es posible, siguiendo la línea de pensamiento que he planteado, considerar que la lógica propia de la vida moderna es parte fundamental en la definición de la subjetividad de Kurzt en la selva? No se trataría de una vida premoderna, de un retroceso, sino más bien de la vida selvática en condiciones modernas.
Dicha combinación de selva y aflojamiento de los lazos sociales produce un experiencia que, progresivamente, irá adquiriendo características irreales, teatrales, pesadillezcas. Para cualquiera que haya viajado, en el sentido de haber abandonado la familiaridad, la intimidad, la experiencia de Marlow, la perplejidad, la inconsistencia de uno mismo y del mundo, es comprensible. Sólo que en el marino, dicha perplejidad se haya suplementada por una palabra que intenta nominar una sensación, y que irá adquiriendo su significado lentamente, casi al ritmo en que el mismo Marlow se interna en África. Una palabra en inglés, sí, es decir, familiar, pero que la experiencia africana modificará para siempre, que abrirá a un significado tan radical que todo lo demás parecerá irrisorio: horror.
"No se podía decir inhumano. Era algo peor, sabéis, esa sospecha de que no fueran inhumanos. La idea surgía lentamente en uno. (…) lo que en verdad producía estremecimiento era la idea de su humanidad, igual que la de uno, la idea del remoto parentesco con aquellos seres salvajes, apasionados y tumultuosos. Feo ¿no? Sí, era algo bastante feo".
África, para Occidente, se constituye así como una humanidad casi inhumana:
"El mismo recuerdo que guardo de aquella época me rodea, impalpable, como una vibración agonizante de un vocerío inmenso, enloquecido, sórdido, salvaje, o sencillamente despreciable, sin ningún sentido".
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