Las dos primeras cuadras por Watt fueron sin problemas; la tercera era de tierra. Más bien un barro acuoso, que impedía cualquier intento que se hiciese por afirmar el auto, que zigzagueba todo el tiempo y por momentos se desplazaba practicamente de costado. El tipo hacia lo imposible por no perder el control. Sus brazos estaban tensos, sus manos agarraban el volante con firmeza, como si de ella dependiese la estabilidad de la maquina. Cada centímetro que las ruedas hacían era una posibilidad de terminar en la zanja. El habitáculo estaba saturado de un ruido pastoso, como si alguien masticara a todo volumen. Permanecían callados, la situación los tenia hundidos en su espesura, pendientes.
El espejo, un desierto.
La zona estaba desahabitada. Pastos altos y construcciones en ruinas. El hombre nunca habia estado en esta parte de la ciudad. Por lo general pasaba sus dias en el centro.
- Nunca habia estado por aca, dijo.
- Yo tampoco.
En el centro de la manzana de la izquierda había unos galpones sin techo, unos pedazos de paredes dispersos, pilas de hierros oxidados. En la manzana de la derecha una torre de alta tensión y más edificios semiderrumbados
- Parece una zona bombardeada, dijo el tipo.
No hubo comentarios.
A mitad de cuadra, del lado izquierdo, un cartel grande y despintado todavía alcanzaba a decir que MANNO E HIJOS construían una variada oferta de equipos de calefacción para la empresa y el hogar. Y que tenian sucursales en todo el país.
- ¿Por acá esta bien?
- Un poco más adelante. A la altura de aquella otra construcción abandonada, ¿puede ser?
La taxista indicaba un lugar un poco más adelante, con otro cartel visiblemente agonizante que decía EMBOTELLADORA LUCIANI E HIJOS y 25193. El auto fue reduciendo la velocidad hasta que se detuvo, casi sin inercia.
- Perfecto. Veamos... Ya te digo cuánto es.
Hubo un momento de silencio. El hombre escuchaba que la mujer escarbaba en su bolso. Sonaban llaves y plásticos.
- Son veinticinco con setenta.
El hombre se acordaba de haber agarrado treinta pesos esa mañana al salir de su casa. La billetera estaba en su pantalón, asi que buscó y desató la bolsa de nylon. Sacó el pantalón y metió la mano en el bolsillo donde habitualmente la ponia. No estaba. Buscó en los otros tres. Nada. Tanteaba la camisa mientras un ardor helado comenzó a esparcirse por su cuerpo. Tembló por un momento, como si hubiese sufrido una descarga eléctrico o un ataque epiléptico. Sintió un acceso de presión en las sienes y en la nuca. Sus manos se empaparon de transpiración.
- No la encuentro.
Dijo al final, sancionando verbalmente la obviedad, en tono sorprendido.
- No está, no entiendo.
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la entrevista al camarada Li Minqi
http://www.rwor.org/a/1244/tienanmen_rebellion_china_interview_s.htm
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