0. Umbral
La propuesta es rastrear algunas de las formas de la memoria sobre la década del '70 del siglo XX en Argentina (Teoría de los dos demonios, Juicio a las Juntas, Indultos, 20º aniversario del Golpe, 19 y 20 de diciembre de 2001) en tanto conflictos de relaciones entre olvidos y recuerdos y utilizar dichas figuras como pautas que dan cuenta de configuraciones políticas.
Estas formas de memoria, que no se sustituyen automática ni absolutamente unas a otras, sino que emergen, conviven y se resignifican en renovados combates, producen una suerte de terreno por sedimentación que constituye una parte considerable de nuestra polisémica herencia. Es por ello que el trabajo presentado a continuación no debería ser interpretado en una clave cronológica lineal, sino más bien como un conglomerado de tiempos. Es un intento de pensar las prácticas de construcción de memorias en tanto figuraciones condicionadas y abiertas.
1. La Teoría de los dos demonios
La Teoría de los dos demonios plantea una relación de causalidad fija en la utilización de la violencia: "a los delitos de los terroristas, las FF.AA. respondieron con un terrorismo infinitamente peor que el combatido(…)"[1]. Circunscribe, de esta manera, las cualidades de las violencias en juego: activa por parte "subversiva", reactiva por parte "terrorista estatal". Dicha reacción del Estado se condensa en la figura del desaparecido y encuentra su fecha de nacimiento el 24 de marzo de 1976. Así la violencia y las prácticas represivas del Estado en Argentina parecieran haber nacido ese día.
La extrema derecha y la extrema izquierda, que aquí nunca son caracterizadas por sus diferentes proyectos políticos y que se suponen dos entidades, en tanto que demonios, es decir, como buenos demonios, apelan a la manipulación: del lado militar, los subordinados no hacían más que cumplir órdenes -"sádicos pero regimentados ejecutores", dice el Nunca Más[2];del lado guerrillero, los militantes no eran otra cosa que engañados, mandados al combate, "perejiles", o bien persistían en sus tareas políticas coercionados por la conducción de la organización a la que pertenecían. La Teoría de los dos demonios, por lo tanto, era la circunscripción de lo sucedido a un asunto de decisiones de (y obediencias a) cúpulas en torno a cuestiones bélicas, en la que habían participado, llevándolas a cabo, subalternos y jóvenes militantes dependientes e ingenuos
Dicho enfrentamiento implicaría exclusivamente a los sectores armados, sean éstos las organizaciones armadas o bien los aparatos de Estado. Así, en tanto proceso de visibilización/invisibilización de lo sucedido, la Teoría de los dos demonios monta una escena donde todos los sectores no militarizados quedan ocultos en las sombras, alejados e inoperantes en el devenir político. Ese ocultamiento tiene el color del terror. Sean éstos sectores de militancia, miembros de la clase política o ciudadanos sin participación política, todos son interpretados aquí del mismo modo, todos caen bajo la misma categoría: víctimas del terror.
La Teoría de los dos demonios se convertía así en el marco ideológico-político en el cual tomaba forma una de las principales figuras sociales, soporte de las subjetividades políticas de la transición: en la interpretación de lo sucedido que habilitaba dicho marco, la sociedad (ahora atemorizada) venia ahora ocupar el lugar del engañado o del ignorante. La sociedad, en este dispositivo de recuerdos/olvidos se configura en víctima absoluta. Podríamos decir incluso que, lo que se configura como víctima absoluta es lo que merece el nombre, aquí, en la Teoría de los dos demonios, de sociedad argentina posdictadura.
La Teoría de los demonios funcionó así como un obstáculo paradójico: por un lado, era una de las condiciones del juzgamiento a los militares y de la transición democrática; por el otro, evitaba toda pregunta por el rol que "la sociedad" cumplió durante el Proceso de Reorganización Nacional.
Y si evita la pregunta por los consensos débiles y las complicidades, obtura también la posibilidad de indagar sobre los diversos proyectos de país que, en ésta interpretación, caen bajo el rótulo homogeneizante de "extrema izquierda". Si es posible sostener que la dictadura es un momento estratégico en la construcción de un proyecto de país, entonces la Teoría de los dos demonios, amparándose en el terror efectivamente producido, invisibiliza el problema central de la década anterior: el conflicto entre proyectos.
2. El Juicio a las Juntas militares
En relación con la Teoría de los dos demonios, el Juicio es la resultante de la desproporción de la violencia, y su planificación sistemática como genocidio, de que hizo uso el Estado en su respuesta.
Su potencia de inscripción, producto seguramente de las investigaciones que motivó y lo motivaron, fue tal que, aún más allá de las posteriores derogaciones e indultos, el Juicio quedó registrado como un hecho clave para la historia, una diferencial importante en las políticas de la memoria en Latinoamérica.
Ahora bien, si el Juicio a las Juntas puede pensarse como un dispositivo de memoria, ¿Qué tipo de historización puso en juego? ¿Qué consecuencias pueden identificarse? A mi entender, si el Juicio puede ser pensando como un régimen de visibilidad/invisibilidad respecto a los setenta, la relación que establece con éstos se basó exclusivamente en lo que llamaría los cuerpos sufrientes.
La victimización obturaba toda elaboración sobre las ideas que habían movilizado a esa generación, la vaciaba de su politicidad. El Juicio fue fundamental en esa despolitización: quienes habían sido militantes políticos se convirtieron en ciudadanos de derechos violados.
No olvidar a los desaparecidos era no olvidar su sufrimiento. Y por lo tanto, la figuración que allí se construye es esencialmente victimizante: renovar el dolor para conservar a los muertos. La memoria se erige aquí como “retórica de la represión”[3]. Y las victimas del terrorismo de Estado son sobrevivientes, torturados, desaparecidos, sustancializados en estas categorías. Un militante me dijo una vez: “es como si nuestra principal virtud no hubiera sido la de habernos comprometido honestamente a cambiar las cosas sino la de haber sido torturados”.
Sin embargo, dicha victimización no llevó a replantear la conexión, impuesta por el discurso de la "guerra antisubversiva", entre militancia política y delito. Por ello, para grandes sectores de la sociedad las interpretaciones quedaron atrapadas en una confusa mezcla a base de victimización y demonización. Es decir, sustraídas a la complejización histórica.
[1] Nunca más, Prólogo. Eudeba, Bs.As, 1984
[2] Ib, ídem.
[3] Hugo Ojeda, “Para dejar el exilio interior”. Capítulo: “Carta abierta a los compañeros del Museo de
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