Un autorretrato. (2/3)


Resultan numerosos los autores que ligan el pasaje de época a las modificaciones tecnológicas en la producción, circulación y procesamiento de la información.
Si bien es preciso, tal como dice Fredric Jameson, no perder de vista el riesgo que implica un abuso de la metáfora tecnológica a la hora de trazar los rasgos del rostro de nuestro presente -y en ese sentido subrayamos que no puede pensarse lo informacional como isla autónoma o determinación en última instancia, sino que es vital para el análisis no perder de vista la interrelación de elementos heterogéneos en los cambios históricos- también es importante, a los fines mismos de una comprensión histórica más fina, considerar lo informacional en su especificidad, esto es, en su capacidad de producir determinados efectos.
“No existe ninguna revolución tecnológica que no sea también más profundamente una mutación del capitalismo”, dice Deleuze. En cuanto al período que nos interesa, y según Manuel Castells, la "reestructuración del capitalismo (...) como respuesta a la crisis de los setenta ha sido realizada mediante el amplio uso del potencial ofrecido por las nuevas tecnologías: el microprocesador se inventó en 1971, las técnicas de recombinación genética se descubrieron en 1973, el ordenador personal se introdujo en 1975 (...)" . Fernando Mirés llama a dicho proceso "la revolución microelectrónica" . Dicha revolución, en términos de producción económica, permite la optimización de los sistemas de gestión al tiempo que nuevas formas de utilización y procesamiento de materiales. Pero lo que signa la novedad de la época es "el surgimiento del procesamiento de la información como la actividad central y fundamental para el condicionamiento de la efectividad y productividad de todos los procesos de producción, distribución, consumo y gestión"
Esa posibilidad tecnológica vinculada con procesos sociales y políticos de diverso origen, permitió que se operara una internacionalización acelerada de los procesos económicos orientados, en última instancia, al incremento de la rentabilidad.
Del mismo modo que la denominada revolución industrial no eliminó las actividades económicas que la precedían sino que las reintegró bajo un nuevo esquema sociotecnológico, la revolución informacional permitió subsumir progresivamente el conjunto de actividades a las lógicas de funcionamiento de las tecnologías de la información, produciendo así nuevas realidades al tiempo que instalaba nuevos paradigmas de pensamiento. En ese sentido, la experiencia de la información como flujos, las nuevas coordenadas espacio-temporales que permiten el intercambio en tiempo real, la compresión espacial y temporal y su consecuente efecto de desarraigo o desterritorialización aparecen como elementos característicos de nuestra época.
Sin dejar de lado el supuesto de que las innovaciones productivas deben ser pensadas en relación a transformaciones más amplias que involucran los modos de vida social en general, no pueden ser obviadas las determinantes reestructuraciones desplegadas en los ámbitos de la producción industrial, los servicios y los trabajos administrativos, la investigación científica, el comercio mundial, todas las cuales hacen posible y vuelven necesarios profundos movimientos de reconfiguración de las relaciones productivas, a la luz de su reorganización técnica, organizativa y localizacional.






Otro dato económico de altísima relevancia y marcada vinculación con las innovaciones informáticas y comunicacionales que resulta útil para analizar el período tiene que ver con el crecimiento y renovación de las formas de la especulación financiera: enormes activos financieros, cuyo nacimiento suele fecharse en la crisis de los petrodólares hacia 1973, comienzan a encontrar posibilidades de valorización en mercados y bolsas de valores que antes estaban vedados o fuertemente reglados. Las inversiones toman múltiples direcciones geográficas y económicas: desde países altamente desarrollados hacia países económicamente pobres (p.e. desde EE.UU. a China), desde países desarrollados a otros en condiciones similares (p.e. desde Japón a EE.UU.); préstamos a los Estados, inversiones industriales y especulación en los mercados de acciones son los modos predominantes de circulación del capital. Los organismos financieros internacionales de crédito adquieren un poder inédito sobre las políticas económicas de escala nacional. La dependencia financiera se generaliza. New York, London y Tokyo redefinen la estructura institucional de sus mercados financieros -proceso conocido como desregulación- de manera tal que el juego involucre a nuevos actores: fondos de inversión, fondos de pensiones, bancos de inversión, grandes empresas, entre otros. A causa de dicho proceso desregulatorio, se organizan numerosos servicios que configuran, paralelamente, un nuevo tipo de fuerza de trabajo. El capital financiero global adquiere una fuerza y unos modos de funcionamiento inéditos que se vale fuertemente de las novedades tecnológicas para imprimirle a los movimientos y decisiones económicas una velocidad inaudita. Por su parte, la capacidad bancaria se abstrae sensiblemente de los procesos productivos y de los territorios, lo cual vuelve a los capitales más atentos a las posibilidades de valorización inmediata y sus consecuentes migraciones repentinas. Los avances en el desarrollo de las tecnologías de la información hacen posible la aceleración e intensificación de dichos movimientos a escala planetaria: sin ellos hubiera sido imposible, quizá hasta impensable. Es así que, progresivamente, se puede hablar de capital situado en territorios nacionales, pero ya no de capitales nacionales.

Bajo estas condiciones tecnológicas y posibilidades de inversión, un inmenso proceso productivo es articulado a escala planetaria, con una fragmentación intensa de las tareas que en encuentran su momento de integración en una instancia informática. Se podría hablar ya no de una división internacional del trabajo sino de una cadena de montaje global virtual. La cadena de montaje global virtual posee ciertos rasgos característicos: se compone, por decirlo en palabras de Manuel Castells, de redes de empresas-red, es altamente volátil, su materialidad es la información y depende fuertemente del capital financiero. Por su parte, la organización del trabajo suele respetar un patrón que ubica las decisiones en materia de inversiones y de diseño de productos en ámbitos metropolitanos, mientras que el ensamblaje y la producción estrictamente material queda localizada en países no occidentales. Sin embargo este patrón no es una ley de hierro y es posible encontrar casos y experiencias que lo contradigan. En materia de relaciones laborales, éstas abarcan desde la esclavitud (los talleres textiles, por ejemplo, presentes no sólo en Buenos Aires sino también en New York, dando la pauta de una introyección del binomio Norte-Sur al interior del propio Norte) a las gerencias y miembros de los departamentos de I+D con sueldos millonarios.
Esta cadena de montaje global virtual no configura ya una división compuesta de relaciones entre territorios cuyos productos a intercambiar son elaborados, al menos tendencialmente, en su totalidad en el territorio en cuestión, y que dejan atrás las fronteras una vez acabados, sino una producción globalizada (o hecha posible por condiciones globales). Es decir un proceso que no involucra grandes territorios articulados alrededor de ciertos ciclos productivos , sino más bien espacios concretos, hiperdelimitados, en los cuales se lleva a cabo una función. Dicha función se halla interconectada esencialmente con todas las otras funciones que articulan un determinado proceso productivo. Y, en palabras de M. Castells, “la reintegración de lo descentralizado se opera vía informática”. Aquello que hasta hace tiempo era llamado mundo, se convierte en una gigantesca unidad de producciones interdependientes: "la economía internacional crea una geometría (…) que niega el sentido productivo específico de cualquier lugar fuera de su posición en una red cuya forma cambia constantemente en respuesta a los mensajes de señales invisibles y código desconocidos" . Ya no se trataría de lugares en el sentido antiguo del término, sino de posiciones.

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