Un autoretrato. (1/3)

Algunos rasgos nuestra contemporaneidad.

Hacia mediados de la década de los sesenta, un fantasma recorre no sólo Europa sino el Occidente industrializado. A diferencia del fantasma decimonónico, este no arrastra harapos ni se forma de multitudes famélicas que orillan endémicamente la supervivencia. Este nuevo fantasma tiene un rostro por lo general joven y bien alimentado. Con mucha frecuencia, su cuerpo se compone de obreros industriales y diferentes actores procedentes de medios universitarios. Es una revuelta en plena sociedad opulenta: no la moviliza, no inmediatamente, el hambre y la miseria. En cambio, sus protagonistas sostienen que es necesario redefinir los valores y las prácticas que nutren la vida social cotidiana: atacan la rigidez burocrática, los empleos fijos, la verticalidad y moral de las relaciones familiares y de género, las avanzadas bélicas de los Estados de los cuales son ciudadanos, las instituciones del arte, las dinámicas de producción y circulación de conocimientos y los espacios, recursos y modos de la creación. Aparecen nuevos problemas que requieren nuevas preguntas y nuevas respuestas.

El mundo en que vivimos actualmente debe mucho a aquellos procesos sociales desatados -o intensificados- desde mediados de la década de los ‘60, cuyas consecuencias como dijera Mao Ze Dong respecto a la Revolución Francesa, parece quizá prematuro todavía evaluar con precisión. Formas de pensar, de producir y de vivir se condensaron en flujos sociales que modificaron irreversiblemente la existencia en sociedad.

En esa complejísima ola de acontecimientos a escala planetaria, también nuevas prácticas orientadas a la economía capitalista comenzaron a tomar forma. El fantasma, nuevamente a diferencia del decimonónico, no era esencialmente comunista. Más aún, puede plantearse -y se ha hecho- que durante período "sesentayocho" de seguro había varios fantasmas recorriendo los territorios. De allí que sea posible hablar de los años sesentas y setentas no sólo como situaciones históricas prolíficas en relación al diseño de prácticas anticapitalistas sino también como inmensos procesos de cambio que involucraban elementos orientados a la reformulación del capitalismo en una clave diferente a la establecida a la salida de la segunda posguerra.

A los fines de calibrar la relación entre crítica y capitalismo puede ser útil recordar lo escrito por Luc Boltansky y Ève Chiapello:

“Cuando el capitalismo se ve obligado a responder a los puntos destacados por la critica para tratar de apaciguarla y para conservar la adhesión de sus tropas –que corren el peligro de prestar atención a las denuncias de la crítica, procede en esa misma operación a incorporar en su seno una parte de los valores en nombre de los cuales era criticado. El efecto dinámico de la crítica sobre el espíritu del capitalismo pasa por el reforzamiento de las justificaciones y de los dispositivos asociados que, sin poner en cuestión el principio mismo de acumulación ni la exigencia de obtener beneficios, dan satisfacción parcial a la crítica e integran constricciones en el capitalismo que se corresponden con los puntos que preocupaban a la mayor parte de sus detractores. El coste que la crítica ha de pagar por ser escuchada, al menos parcialmente, es ver cómo una parte de los valores que había movilizado para oponerse a la forma adoptada por el proceso de acumulación es puesta al servicio de esta misma acumulación mediante el proceso de aculturación (…)[1].

Sin embargo, en el importante trabajo de estos pensadores franceses, la relación entre crítica y statuo quo aparece como excesivamente antagónica: la crítica habría sido esencialmente anticapitalista y el statuto quo exclusivamente capitalista; la solución o resultante, pues, habría sido una suerte de procesamiento capitalista de la crítica no capitalista. Sin embargo, es posible decir que durante la década de los '60 y, más intensamente, durante los '70 los procesos de crítica implicaban a diversos protagonistas y actores que sostenían, consecuentemente, posiciones divergentes. Por ello, vale quizá adoptar la idea de Deleuze, que resulta una proposición lo suficientemente genérica del Mayo francés como para habilitar la convivencia de líneas y tendencias diversas:

"There were many agitations, gesticulations, slogans, idiocies, illusions in 68, but this is not what counts. What counts amounted to a visionary phenomenon, as if a society suddenly perceived what was intolerable in itself and also saw the possibility of change. It is a collective phenomenon in the form of: "Give me the possible, or else I'll suffocate." The possible does not pre-exist, it is created by the event. It is a matter of life. The event creates a new existence, it produces a new subjectivity (new relations with the body, with time, sexuality, the immediate surroundings, with culture, work)"[2].

En este amplio marco de reconfiguración social, hacia mediados de la década de 1970, comienzan a darse un conjunto de procesos de transformaciones organizativas y tecnológicas en las economías industriales más importantes del planeta que modificarán profundamente los modos de producción y, más ampliamente, de vida sostenidos desde finales de la Segunda Guerra Mundial.

En relación a los aspectos organizativos de la producción desde la perspectiva del capital es importante recalcar la innovaciones introducidas en el pensamiento económico y más específicamente el perfil del management actual, es decir, aquel que se viene desarrollando desde principios de los años ‘80.El mismo produce un tipo de figura empresarial diferente a las dos anteriores: la decimonónica, que combinaba innovación y moral tradicional y la fordista, apoyada en una fascinación por la organización y el gigantismo[3]. Ambas figuras partían de la existencia de un enemigo interno: los trabajadores.

Aquél modo dualista de pensar la fábrica, sostenido en las condiciones del pleno empleo, el verticalismo empresarial y la fuerte politización de los trabajadores, ha ido dando paso a un pensamiento empresarial que tiende a pensar en clave de “fábrica integrada”[4]: sin lugar a dudas, la progresiva precarización del empleo resulta ser un importantísimo factor a la hora de disciplinar a los trabajadores. Sin embargo, esta idea de fábrica integrada responde también a nuevas condiciones y requerimientos, que veremos más adelante, hacia el trabajo por parte del capital. Así mismo, esta estrategia empresarial monísta se relaciona esencialmente con la experiencia anterior de la fábrica conflictiva, con el tipo de luchas, enfrentamientos y formas de negociación entre los trabajadores y los empresarios.

De alguna manera, pueden pensarse estas nuevas estrategias como un balance empresarial activo de aquel ciclo de luchas. Y resulta vital tener siempre presente estas condiciones a la hora de pensar las profundas transformaciones tecnológicas en la producción económica a escala global.

Es posible decir que es a partir de aquél balance que, en búsqueda de márgenes de ganancias superiores a los que otorgaba el modelo keynesiano y huyendo de la conflictividad social y del peso de los sindicatos y las políticas distribucionistas, numerosas empresas, buscando plazas de producción a bajo costo a través del mejoramiento de los sistemas de transporte y comunicación y de la automatización e informatización de partes importantes del proceso productivo comienzan -primero lentamente y a principios de los '80 con mayor velocidad- un proceso de reestructuración profunda, que modifica las maneras de organizar el trabajo, los modos de localización de la producción, las relaciones de la empresa con su entorno -inmediato o virtual- y las configuraciones urbanas. Dicho proceso se dinamiza a través de tres vectores profundamente vinculados entre sí:

-el uso de nuevas tecnologías de la información sea en la producción, como en el transporte y financiación de las actividades económicas.

-la descentralización de la producción respecto a los territorios de las economías altamente industrializadas.

-la apuesta por la innovación y el conocimiento como fuerzas productivas fundamentales[5].



La propuesta de este escrito es desarrollar escuetamente algunas de las características que asume cada una de estas expresiones históricas de las transformaciones en curso.


[1]Bolstansky, L y Chiapello, E. El nuevo espíritu del capitalismo, Akal, Madrid, 2002.

[2] "Hubo muchas agitaciones, gesticulaciones, slogans, estupideces, ilusiones en el 68, pero no es lo que cuenta. Lo que cuenta equivale a un fenómeno visionario, como si la sociedad súbitamente hubiera percibido lo que había de intolerable en ella misma y también la posibilidad de cambio. Es un fenómeno colectivo bajo la forma del "Dadme lo posible, de otro modo me sofoco". Lo posible no pre-existe, es creado por el acontecimiento. Es una cuestión de vida. El acontecimiento crea una nueva existencia, produce una nueva subjetividad (nuevas relaciones con el cuerpo, con el tiempo, con la sexualidad, con el entorno inmediato, con la cultura y el trabajo)". [La traducción es mía]. Deleuze, Gilles y Guattari, Felix, May 68 did not take place en http://www.illogicaloperation.com/textz/deleuze_gilles_guattari_felix_may_68.htm (última consulta: 25/08/08).

En este sentido, también la narrativa de Michel Houellebecq puede pensarse como una cartografía ambivalente de los años sesenta franceses, en los cuales es posible visualizar sea elementos anticapitalistas como innovadores al interior del capitalismo. Otra lectura en este sentido, aunque desde un sesgo radicalmente diverso, la constituye aquella de Castoriadis.

[3] Boltansky y Chiapello, op.cit. Las figuras empresariales presentaban aspectos casi con exclusividad de tipo imperativos; además, al suponer el conflicto, al orientar su accionar teniéndolo como operador objetivo, procuraban codificarlo. Los trabajadores, por su parte, construían fuertes identidades en torno a los oficios, a los saberes o a las vinculaciones políticas. Ser obrero significaba, simultáneamente, poseer un saber, pertenecer a una rama industrial o inscribirse en una tradición u organización política. El mundo obrero tenía una cierta consistencia propia, al tiempo que se redefinía constantemente en función de sus devenires políticos y culturales.

[4]Para la idea de “fábrica dualista” y “fábrica integrada” véase Revelli, M. 8 tesis sobre posfordismo en Revista Contrapoder nº 5, Buenos Aires, 2002.

[5] Respecto a la dicho anteriormente en relación a la ambivalencia de las críticas originadas en el sesenta y ocho, es interesante considerar las revueltas estudiantiles de aquel período no como revueltas marginales a la centralidad de la clase obrera industrial -tal como casi siempre se ha sostenido- , si no como primeros síntomas de la redefinición de problema del conocimiento en la producción. Desde diferentes lugares, y en momentos distintos, Habermas, Franco Berardi y Maurizio Lazzarato han señalado esta cuestión.


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