La tarde de aquel martes estaba programada la pegada de carteles para la presentación en público de 666, nuestra nueva novela. Habíamos entrado en la lista de ventas (por otra parte poco creíble) de un conocido diario, y decíamos bromeando:
- Ahora aparece la estrategia de la tensión. Harán de todo para que no podamos destronar a Sboriana Fallacci.
[Más o menos en el mismo momento, nuestro amigo Dando tomaba un café en un bar, abría “Il sole 24 ore”, leía el editorial de Biasi sobre el artículo 18 y estallaba: - Qué pedazo de mierda, hostias! A ver si se lo cargan uno de estos días... - Son cosas que se dicen por decir, además uno está frente a la tele y...]
Las ediciones especiales del telediario interrumpieron las películas de aquella tarde (“Camisa negra” y “El judío Süss”) cuando estábamos a punto de salir y de reincorporarnos al TPO. Debíamos enrollar los manifiestos, preparar la cola, dividirnos en dos grupos y salir. Mi coinquilino, De Joint, recibió una llamada telefónica: - Se han cargado al brazo derecho de Magoni, cerca de Piazza San Martino! Dos tipos en moto! Enciende la tele!
El locutor del telediario decía textualmente: - El centro de Bolonia esta completamente cerrado por los controles de las fuerzas del orden, los terroristas podrían encontrarse todavía en el perímetro de las carreteras de circunvalación.
Como si las carreteras fuesen una especie de recinto. Me parece una gilipollez ciclotrónica, así que salgo, cojo el coche y empiezo a conducir por la ciudad. No me encontré ni con la sombra de un madero. Ni un puto control. Nadie me paró. Parecía como si lo hubieran dicho a propósito para que la gente no saliera de casa. Pero la gente había salido ya de casa, porque hacía una tarde espléndida. Frente al pub de via Zamponi, enjambres berreaban completamente embrutecidos, bebían cerveza, hablaban de teléfonos móviles, rezaban al dios de los fracasados para que les consiguiera un polvo.
Me encontré con los otros y discutimos sobre lo que debía hacerse: pegar carteles era muy arriesgado, pensábamos (de forma totalmente injusta) que las fuerzas del orden estarían bajo presión y que en plena noche le habrían cogido gusto al gatillo. Ninguno de nosotros quería terminar en las estadísticas de muertos de la ley Reale. Era mejor posponerlo. Mientras tanto nos dirigimos a via Valdonica, lugar del asesinato. Mario Biasi, jurista laboral y teórico de los despidos indiscriminados, había sido asesinado mientras volvía a casa en bicicleta. Me viene a la mente que en inglés “to fire” significa ambas cosas: despedir y disparar.
Estaba todo el Bolonia Social Enclave[**], pacientes y psiquiatras. En el momento del atentado, en la ciudad se estaban desarrollando distintas asambleas e iniciativas culturales. Todos habían acudido allí, tal vez en la creencia de que aquello era una “vigilia laica” o una “guardia democrática”. Desde luego lo que no se esperaban era una “happy hour”. Los alcohólicos tenían un papel importante: el Fuetazo Café estaba a dos pasos de allí y no faltaban los relevos. Había novelistas (Carelli, Micosi, Cazzivari, Barbastelli), Djs, noctámbulos de narices purpúreas, jovencitas de diversas volumetrías, periodistas apáticos, histriones y matadores de sobremesa. Seguía acudiendo gente. Un borracho latinoamericano aullaba: -Muchedumbre, muchedumbre! A cuántos estamos hoy?
Era la noche del 19 al 20 de marzo de 2002. Nadie, pero na-die de entre los presentes se indignaba por las risas y los chistes. Signo de los tiempos, todos comprendían el desafío de la gente a la retórica oficial. En serio, ya no nos lo tragábamos, hacía tiempo que habíamos salido de los museos de cera y de los años de plomo. Tenían que inventarse algo peor si querían frenar el rechazo de las multitudes al régimen del meso-imperio.
Algo peor.
Me viene a la mente una cosa, bueno, varias. Aquel jaleo nocturno ocurría bajo la ventana de una familia que acababa de sufrir un acto de barbarie. Biasi tenía cincuenta y dos años y dos hijos, igual que mi padre. Toda una manada de políticos y de pobres diablos de las instituciones había atravesado la barrera de contención poco después del atentado, todos para demostrar “su dolor”. De golpe, mujer e hijos habían accedido a un clavario de luto, incertidumbre por el futuro, sudorosos apretones de manos, telegramas presidenciales, algunos días de acoso por parte de la prensa y luego el olvido. Oídos taponados por el cambio de presión. Sollozos. Pensé en un régimen criminal dispuesto a aceptar un número indefinido de sacrificios humanos con tal de sobrevivir. Me vinieron a la mente las escenas de matanzas de _Uno de los nuestros_ y _Casino_.
[Al día siguiente mi amigo Marmellone le gritaría a un micrófono, delante de diez mil personas:
- Estábamos en total desacuerdo con Marco Biasi, y queremos decir: lo han matado justo para impedirnos estar en desacuerdo con él!]
Miré las ventanas de la casa Biasi. En aquel momento, resulta extraño decirlo, mis pensamientos confluyeron en una especie de oración.
Mario Biasi, lo sentimos.
Lo sentimos por ti.
Lo sentimos por tu familia.
Lo sentimos por tus amigos.
Lo sentimos por la bella estación que apenas has tenido tiempo de barruntar, por los paseos que ya no podrás dar.
Lo sentimos por tu fe equivocada en la ideología liberal y en un régimen que ha hecho o -en el mejor de los casos- ha permitido que te mataran.
Lo sentimos por esa multitud de personas que quería combatir con la cara descubierta contra ti y lo que defendías.
Lo sentimos.
Pero nadie pude pretender que nos unamos a tu canonización.
Nadie puede pretender que nos importes _de verdad_, más allá de la campana que dobla: si dobla por todos, es como si no doblara por ninguno. Rechazamos el pensamiento único del luto impuesto desde arriba y queremos ser libres de decir que no todas las muertes nos empequeñecen.
Nadie puede pretender que los trabajadores lamenten de verdad la muerte de quien teorizaba y aconsejaba contra ellos.
Razón por la que, de acuerdo, te pedimos disculpas por el humor negro bajo tus ventanas y te pedimos excusas por las carcajadas.
Te pedimos excusas, pero seguimos adelante en nuestro camino.
Al amanecer, con una amiga, nos acercamos a un quiosco un poco alejado. Compramos los periódicos para dejarnos embriagar por un coro similar a la petición de los animadores de las ciudades turísticas: reflejos condicionados y psicología de masas. Guy de Bortoli, director del principal diario italiano, establecía conexiones consumadas -puentes de cuerda apolillados- entre el atentado y el movimiento. Aludía al hecho de que la conmemoración del veinticinco aniversario del movimiento del 77 se hubiera exagerado, despertando quién sabe qué “durmientes” de la lucha armada. Por otra parte, todos se disputaban el cadáver: Buselli definía a Biasi, oximóricamente, como “un socialista coherente”; el cardenal Beffa lo llamaba “un hijo de la Iglesia”; casi todos se referían a él como “un camarada”. Sólo faltaban los monárquicos y la Cienciología.
Pensé en "Queremos a los coroneles", con el inmortal Ugo Tognazzi.
Quién sabe porqué, pensé en el asesino patoso de "Mulholland Drive".
Pensé en el golpe teatral que nadie se creía.
En definitiva, pensé en otra cosa.
No (c), Wu Ming 1, 20-21 de marzo de 2002.
No (c), Traducción de Hugo Romero, abril 2002