3. Asociación Madres de Plaza de Mayo y una neoheroicidad
Luego del Juicio a las Juntas, y a causa de diversas valoraciones de sus efectos, se operará una politización de algunos grupos que desde entonces harán de la política de derechos humanos un elemento determinante pero no exclusivo de su existencia.
Asociación Madres de Plaza de Mayo comenzará a sostener que “ya no sólo denunciamos las atrocidades, ahora traemos el sentido tan claro de su lucha, los reivindicamos como militantes”[1]. Mientras Línea Fundadora concentra sus objetivos casi exclusivamente en torno al período 1976-1983, es decir, que liga su existencia a la existencia de la dictadura militar, Asociación, en cambio, mutará hacia definiciones políticas de tipo programático[2].
En esta dirección, puede resultar útil pensar las transformaciones que esos desplazamientos operan en el terreno de la memoria. Una decisión en el presente obliga, induce y condiciona, a una nueva lectura del pasado. En ese movimiento el pasado se convierte en algo vivo, inestable
Si al principio fue el espanto y la desesperación por los hijos, en Asociación se opera una transformación fundamental que va desde el originario hijo-desaparecido, motor primero del movimiento de derechos humanos, al hijo-militante revolucionario-desaparecido. Esta introducción de la dimensión política del desaparecido se opera bajo la forma de una identificación imaginaria muy fuerte con la generación de los '70 -especialmente en el plano de sus ideales-, un llamado por momentos explícito a la imitación. Es decir, en el intento de devenir algo distinto que un ejercicio de denuncia -con la consiguiente recuperación del dolor de las víctimas-, de devenir un proyecto a futuro, la prescripción “no olvidar” es aplicada ya no a los efectos de la represión estatal (terror y desaparición) sino a los discursos y prácticas que componían aquélla subjetividad militante.
Si al principio el discurso es un discurso del derecho a la vida (comprendida como el no-morir), Asociación responderá a la victimización propia de tal discurso con la martirización.
En este proceso de deslizamiento de la memoria, que constituye -podríamos decir- reordenamiento de las imágenes y los imaginarios en torno a los setenta, cambia también la periodización a partir de la cual un grupo se constituye. El movimiento de derechos humanos tenía su fecha de nacimiento el 24 de marzo de 1976. Esa fecha continua siendo emblemática hasta hoy. Sin embargo, cabe remarcar que con ese movimiento hacia lo político de los desaparecidos, y ya no solamente al proceso de su desaparición, la periodización se trastorna. Es preciso retroceder en el tiempo, llenándolo de vidas. Es un movimiento de elaboración de biografías políticas. La muerte pasa a ser la consecuencia de una determinada vida. Más allá de la lectura que Asociación haya hecho de lo biográfico, es interesante observar cómo, muy lentamente, comienzan a emerger en lo social discursos tendientes a hacer visibles dichas vidas.
Si en un primer momento el sufriente satura el espacio político, en un segundo momento el viviente vendrá a redefinir las estrategias de memoria. Sin embargo, este proceso será, como decíamos, lento, subrepticio, minoritario. Muchas veces teñido de una fuerte carga de imaginario heroico
4. Los veinte años y los veinteañeros
El 24 de marzo de 1996 se produce un punto de inflexión en la historia de la memoria social sobre los '70. Ese aniversario del golpe, a diferencia de lo que había sucedido durante los años anteriores, volcó a millares de argentinos a las calles. El repudio a la ultima dictadura fue masivo, hubo marchas en muchos puntos del país. Nacieron, o en todo caso se hicieron visibles, los H.I.J.O.S. y con ellos se indicaba, tal vez, la novedad de ese día. Ya no sólo los sobrevivientes y los familiares mayores y coetáneos a los desaparecidos conmemoraban la fecha. Ese día se produce, a mi entender, la irrupción de una nueva generación en la política argentina.
El 20º aniversario del golpe, señala la emergencia de una nueva generación política, modificando el panorama. Evidentemente, no es posible trazar una relación unívoca entre esta generación y nuevas maneras de abordar el problema de la militancia de los '70, la represión y la sociedad posdictadura (incluso muchos sectores de esta generación persistieron en las formas previas): sin embargo dicha emergencia puede resultarnos útil para señalar un desvío en curso respecto de las formas dominantes de la secuencia anterior: la víctima, el héroe y el demonio.
Decíamos líneas arriba que a partir de 1996 había habido un desplazamiento sensible en la percepción social de la historia política de los años '70. Este desplazamiento podría resumirse de la siguiente manera: se pasó del ciudadano argentino–desaparecido[3] al militante desaparecido. Hemos visto que un primer momento de esta recuperación se debe a la reformulación de las prácticas y discursos que tuvo lugar en Asociación Madres de Plaza de Mayo. Sin embargo, la reformulación ya no tendrá elementos puramente reivindicativos de los procesos políticos de los setenta ni tampoco el rol del Estado como único criterio para pensar los procesos y las prácticas. Lo que emerge a partir de este momento es una dimensión crítica en varios aspectos. Trataré de indicar aquí algunos elementos que me parecen significativos en la configuración de nuevas imágenes e imaginarios en torno a los setenta.
Una de las novedades más interesantes de aquellos años lo constituyen los escraches. El escrache se inscribe como estrategia de intervención en el marco de la impunidad judicial que favoreció a los represores desde las leyes de Obediencia Debida y Punto Final a los indultos. Dicha intervención, sin embargo, es pensable de diferentes maneras.
El escrache parte, generalmente, de una premisa: “Si no hay justicia, hay escrache”. Desde esta perspectiva el escrache es el premio consuelo frente a la ausencia de justicia estatal. Funciona como una suerte de “mientras tanto”. La práctica queda sometida a un orden condicional. Sin embargo al interior mismo de los movimientos sociales organizadores o participantes de escraches, y quizá aquí pueda encontrarse un suerte de diferencial respecto de la situación anterior, el mismo comenzó a ser visto ya no como un sustituto de la verdadera justicia (la condena carcelaria) sino como un modo posible de justicia popular. A diferencia de lo que sostienen algunos autores, esto es, que "el rasgo de mayor eficacia de los movimientos de derechos humanos en Argentina ha tenido que ver con su capacidad para comprometer una acción pública de los poderes estatales"[4], considero que la verdadera eficacia del mismo, ha sido inscribirse socialmente, más acá o más allá de su efectividad en clave estatal.
Respecto al testimonio, me gustaría señalar brevemente algunas trayectorias, algunos cambios de forma y de objeto de enunciación que a mi entender producen modificaciones importantes en las narrativas y los procesos de subjetivación respecto a los setenta.
Comenzaran a surgir una gran relatos no orientados ya por testimoniar la represión.
Eso permite despegarse del testimonio-prueba, del testimonio dato, para introducirse en una experiencia mas global, que atañe a la existencia múltiple, a la vida del militante. Periodizando esquemáticamente, podemos decir que durante muchos años (desde 1983 hasta circa 1995) el relato –mayormente- individual, descriptivo y basado con exclusividad en la experiencia de la represión hegemoniza las operaciones de memoria.
Desde este momento en adelante se intensifican los trabajos ya no organizados alrededor de los procedimientos represivos sino también de los sujetos políticos. Bien bajo la forma de biografías políticas individuales, bien bajo la forma de biografías colectivas. Entendiendo aquí por biografía, la construcción de una narración compleja sobre el devenir de una experiencia. Devolviéndole a los individuos un cierto espesor histórico, . Complicados, contradictorios, humanos, condición fundamental para abrir un debate profundo sobre las subjetividades políticas en la Argentina de los años setenta.
Estos nuevos caminos que tomó la construcción de memorias nos enfrentó al dilema que planteaba la consigna “no olvidar”, en tanto significaba no olvidar el sufrimiento, no olvidar a las víctimas. Siendo que, muchas veces, no olvidar adquirió el sentido implícito de no criticar, suspender la victimización llevaba irremediablemente a suspender dicha posición acrítica. Y dicha suspensión era leída, repetidamente, sobre todo por algunos organismos de derechos humanos y por la mayoría de las agrupaciones de izquierda, como una traición. Durante años, la conexión entre militancia política contemporánea y militancia de la década del '70 se basó en que cualquier fisura, cualquier cuestionamiento, viniera de donde viniera, en torno a la cuestión de los proyectos políticos y las prácticas, equivalía sin más, a darle la razón al enemigo. Las consecuencias políticas y teóricas del hecho de superar este posicionamiento están aún comenzando a nacer.
[1] Historia de las Madres de Plaza de Mayo, Ed. Página/12, Buenos Aires, 1994. p.48
[2] La cuestión de la reparación económica sirve, en este aspecto, para señalar consideraciones profundas en torno a continuidades y discontinuidades. Línea Fundadora aceptará el cobro, mientras Asociación se negará decididamente.
[3] Utilizo aquí la categoría de ciudadano en tanto sujeto de derecho de facto. Utilizo la categoría de militante para señalar un devenir políticamente activo de aquel ciudadano.
[4] Vezzetti, H. Conflictos de la memoria en Argentina en Revista Lucha armada, año 1, nº1, Buenos Aires, 2005
4 comentarios:
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