Más allá de lo especializado o no, existe un elemento que parece ser compartido por un universo amplio de las actividades que hoy llamamos trabajo, y que constituye su rasgo estratégico. Llamaremos posfordismo a la lectura que concibe a las formas de producción actual como la mercantilización de capacidades humanas que anteriormente no se hallaban subsumidas en su totalidad a la valorización capitalista: el habla, los afectos, la comunicación -en definitiva, el lenguaje verbal. La aparición de los mismos en la situación productiva suponía, por ello, una excepcionalidad. O bien era un elemento que precedía a la situación laboral. Tal como dice F. Guattari: "El trabajo aparentemente más serializado -por ejemplo, mover una palanca, vigilar un intermitente de seguridad-, siempre supone la formación previa de un capital semiótico multicompuesto (…)"15. Pero "el lenguaje incluido en el trabajo es una novedad absoluta, la novedad que marca nuestra época", dice Paolo Virno en la conversación que lo tiene como interlocutor incluida en el libro ¿Quién habla? Hoy, aquello que era excepcional, ha devenido la regla. Lo cual nos lleva a la siguiente formulación: si el fordismo supone una organización productiva de los cuerpos fundada en el silencio de los mismos, el posfordismo resulta ser una organización de aquellos en tanto que soportes del lenguaje verbal. En función de su utilidad económica, por un lado se crean espacios dentro de los cuales las capacidades creativas son fomentadas y articuladas a recursos cada vez más complejos (es el caso, por ejemplo, de las políticas laborales de la empresa Google), y por otro lado se diseñan disciplinas estrictísimas de la palabra (vale aquí recordar las experiencias de los Call Center). La creación necesariamente poco reglada de un sitio se paga y se cobra con el aplastamiento de toda creatividad en otros: invención poética o dictado, en eso consiste el mundo contemporáneo.
Solidario de este diagnóstico, desprendiéndose del mismo como un problema decantado, está el lugar del cuerpo en esta nueva organización del trabajo. Si bien es cierto que entre formas de organización existen continuidades y que las capacidades genéricas han sido siempre la variable a partir de la cual la creatividad emerge, también es cierto que desde el animae vocae griego -precisamente un puro cuerpo, exiliado de lo político, una palabra sin valor- en adelante, la fuerza física, adquirido un cierto saber, debía reproducirse necesariamente para estar en condiciones de repetir el acto productivo. Una memoria del cuerpo aparecía como el horizonte de la educación para el trabajo: de allí la repetición, la ortopedia, y la marcialización más o menos difusa. Visto desde esta perspectiva, el concepto “fuerza de trabajo” adquiere una dimensión nueva, insinuando tal vez algo de su genealogía. Hoy el cuerpo tiende a ser un soporte del lenguaje verbal. Los afectos y el lenguaje verbal, el cuerpo subjetivado, se convierten en una de las variables claves de la producción económica contemporánea. La materia prima para la elaboración económica: el paradigma de una nueva economía extractiva, tanto desde el punto de vista del trabajo como del consumo. El cuerpo, que como fuerza muscular se retira de los procesos productivos y creativos, emerge bajo la forma de un énfasis en lo deseante, detallada en sus pormenores por David Le Breton. A diferencia del paradigma foucaultiano centrado en la sujeción del cuerpo, "hoy las computadoras y las tecnologías son utilizadas para controlar, pero este control es, en la mayoría de los casos, de procesos y no de personas". A manera de cierre, quizá pueda dejarse planteada la hipótesis de que uno de los grandes acontecimientos de la época involucra una modificación sustancial del estatuto de la corporalidad.