a partir de conrad (3º parte)


. Humanidades ambivalentes

Durante el relato que concierne al viaje a lo largo de la costa atlántica africana hasta la boca del río, Marlow señala por lo menos tres cuestiones centrales en la percepción que tiene de lo que va sucediendo. Podríamos decir que esas cuestiones se convierten en marcas, en rasgos característicos.

A modo de confirmación a lo que ha querido, y no ha podido, decir directamente a su tía (¿tal vez para no arruinar su sueño civilizatorio, lo primero que nota (o hace notar) es la composición profesional de los embarcados: soldados y aduaneros. No hay maestros, ni funcionarios, ni siquiera misioneros. Así, en ese viaje se condensan tres de las figuras más importantes del proceso colonial: los agentes para la extracción de las riquezas, los agentes que garantizan dicha extracción y los agentes encargados de distribuir a los otros dos agentes en el territorio. Impuestos, armas, transportes.

En ese mismo viaje, algo atrapa la atención de Marlow: la costa. La visión de la costa. Monótona:
"Como si no nos hubiésemos movido (…)".

Sólo dos lugares cortan la monotonía: Grand Bassam y Little Popo. Estos lugares tienen un extrañísimo privilegio en el conjunto de la obra: constituyen las únicas dos poblaciones africanas de los cuales se da su nombre. Una vez que el barco ha ido más allá de Little Popo ya nada tiene nombre, ya nada es localizable. Un territorio sin nombres es un territorio virgen. Un espacio continuo y, en cierto sentido, indiferenciado. Un territorio sin fronteras políticas, infinito en su despliegue. Para dicha indiferencia, sólo queda un elemento, el único en condiciones de nombrar lo infinito en la Tierra: el natural. En ese preciso momento hace irrupción uno de los elementos fundamentales en la obra y que puede ser pensado como una de las variables claves en la configuración de la percepción europea sobre África: la selva. La selva, aquí, es mucho más que un entorno, un ambiente, un ecosistema. No puede pensarse la selva de Conrad, la selva africana, como el fondo sobre el cual advendría la historia. En absoluto. La selva constituye una suerte de sujeto autónomo. Una presencia fundamental, configurante. La selva es pura forma. Una forma que no tiene fondo, o mejor, infinita. Una forma definitiva e indefinidamente peligrosa. La forma misma de la amenaza. Tal vez en ese sentido pueda leerse el primer encuentro importante de Marlow con la selva -en verdad, unos matorrales que la anuncian-: el barco que lo transporta desde Europa a la sede de la compañía cruza un barco de guerra francés:

"No había ni siquiera una cabaña y sin embargo disparaba contra los matorrales. Según parece los franceses libraban allí una de sus guerras".

En esa imagen aparece condensada de modo muy significativo, y metafórico, el lugar que la selva ocupa en el imaginario occidental, especialmente el industrial. Para una sociedad que ha basado su poderío en el dominio y destrucción sistemática de los ecosistemas y los recursos, pocas cosas son más amenazantes que aquella vastedad natural. Tal vez porque, habituado como está a posar su pie victorioso sobre la cabeza de la Naturaleza derrotada, la selva devuelve al hombre moderno a un tiempo en que las cosas no eran así:

"Remontar aquél río era como volver a los inicios de la creación cuando la vegetación estalló sobre la faz de la tierra y los árboles se convirtieron en reyes".

continuará...

a partir de conrad (2º parte)


. Del mito al mito

Geográficamente, la novela está configurada por dos lugares: las metrópolis europeas (o más precisamente, en fidelidad al texto, Gravesend -sobre el estuario del Támesis, "con la ciudad más grande y poderosa del universo a lo lejos","una ciudad que siempre me ha hecho pensar en un sepulcro blanqueado") y las tierras coloniales.

Se pueden señalar dos temporalidades: una temporalidad de la enunciación -el barco a la espera de que cambie el flujo de la marea en el estuario del Tamésis- y una triple temporalidad de los enunciados -la vida metropolitana previa al viaje, la estadía en tierras africanas y el regreso a la metróplis-.

La obra comienza con un momento de espera, con aquello que podríamos llamar un tiempo muerto. Sin embargo, en ese tiempo muerto, alguien piensa. O recuerda. O, mejor, en esa tensión entre los pensamientos y los recuerdos, habla. Es Marlow, un marino que ya ha estado en África. El cuerpo que sostiene esa palabra lentamente va desapareciendo. Anochece y las sombras ganan espacio. Al final, ya no hay cuerpo perceptible, sólo una voz:

"Estaba pensando en épocas remotas, cuando llegaron por primera vez los romanos a estos lugares, hace diecinueve siglos… el otro día… La luz iluminó este río a partir de entonces".

Un hombre a punto de emprender un viaje en altamar, un hombre inglés del siglo XIX, el experimentado marino Marlow, recuerda el momento en que los Romanos llegaron a las Islas Británicas. Entiende ese momento como el acontecimiento a partir del cual la oscuridad se disuelve. La civilización, la luz, ha llegado. Pareciera que Marlow encuentra en el expansionismo de Roma un punto de contacto, una cierto aire de familia. No sabemos si ha recordado el arribo de los romanos primero, o si en lugar de eso ha venido a su memoria la propia experiencia en tierras africanas y de ellas ha derivado esta imagen hipótetica sobre el primer pie romano en Britania. Sin embargo, una vez leído el relato de la vida de Marlow en África, esta primera figura retórica adquiere definitivamente el estatuto de un vínculo histórico entre Roma y la avanzada occidental sobre África, especialmente aquella con el objetivo de penetrar en los territorios africanos y que puede fecharse hacia finales del siglo XVIII; éstos -los occidentales colonizadores contemporáneos de Marlow- del mismo modo que aquéllos -los romanos- entran en relación con:

"Un país cubierto de pantanos, marchas a través de los bosques, en algún lugar del interior la sensación de que el salvajismo, el salvajismo extremo, lo rodea… toda esa vida misteriosa y primitiva que se agita en el bosque, en las selvas, en el corazón del hombre salvaje. No hay iniciación para tales misterios. Ha de vivir en medio de lo incomprensible, que también es detestable. Y hay en todo ello una fascinación que comienza a trabajar en él. La fascinación de lo abominable. Podéis imaginar el peso creciente, el deseo de escapar, la impotente repugnancia, el odio".

Todas esas son palabras que circulan en el relato de su propia experiencia en África. Pero la emulación tiene un límite: según Marlow algo diferencia a los primeros de los segundos: la idea. Roma es, para él, la fuerza bruta, la pura conquista, el poder de saquear:

"Aquello era robo con violencia.(…) Lo que a nosotros nos salva es la eficiencia… El culto por la eficiencia(…) Lo único que redime es la idea".

La eficiencia: del latín efficientia, significa la capacidad de disponer de algo o de alguien para lograr un efecto. No es la capacidad de lograr el efecto, eso es la eficacia (del latín, efficacia). Esta distinción es altamente significativa: el culto del occidental moderno es a la disposición, al control sobre las personas y las cosas. La eficacia, si bien fundamental, no es el objetivo primordial. Un dominio eficiente puede no ser un dominio eficaz, puede disponer sin lograr efectos. Eso parece ser lo que Marlow comprende: un romano, un conquistador nato, alguien que tiende al botín, es algo muy diferente de un inglés, un colonizador, es decir, el administrador de la idea de disponer de los otros y de las cosas.

En esa idea civilizatoria consistiría el diferencial entre Roma y el Occidente moderno: para Marlow la conquista es una colonización sin idea. Probablemente, esta idea de Roma como pura rapiña sea cuanto menos discutible históricamente;. sin embargo, insisto, el objetivo del este escrito no es falsear las hipótesis y representaciones que conforman la obra, sino más bien utilizarlas como herramientas para trazar la imagen de sí y del otro que en ella conviven. Así, continuando, en y para Marlon, la idea justifica, absuelve, y en definitiva, decide por uno. La idea es algo:

"(…) ante lo que uno puede postrarse y ofrecerse en sacrificio… ".

Existe aún otra referencia importante a Roma: el momento en que Marlow firma su contrato con la compañía, en "la ciudad sepulcral".

Allí pareciera existir otro vínculo con el antiguo Imperio. Un vínculo que recuerda un párrafo de los comienzos del Dieciocho brumario de Luis Bonaparte. Escribe Marx:

"(…) por muy poco heroica que la sociedad burguesa sea, para traerla al mundo habían sido necesarios, sin embargo, el heroísmo, la abnegación, el terror, la guerra civil y la batalla de los pueblos. Y sus gladiadores encontraron en las tradiciones clásicamente severas de la República romana de los ideales y las formas artísticas, las ilusiones para ocultarse a sí mismos el contenido burguesamente limitado de sus luchas y mantener la pasión a la altura de la gran tragedia histórica".

Marlow acaba de firmar el contrato. Y vuelve a ver, pues ya lo había hecho al ingreso, a dos mujeres, dos secretarías, tejiendo con lana negra. Estas mujeres, impávidas, presencian el ir y venir de los firmantes:

"(…) guardando las puertas de la Oscuridad".

Y de un modo absolutamente sorpresivo para el lector, pues nada parece indicar la pertinencia de la expresión, Marlow al recordarlas durante el relato sobre el barco en el Támesis, les dedica en su imaginación el siguiente saludo:

"Ave, viejas hilanderas de lana negra. Morituri te salutant".

El saludo de los gladiadores al César, solemne como solamente el saludo antes de morir -el último- puede serlo, se convierte aquí en una suerte sarcasmo hacia la historia. El colonizador ya no se despide de la máxima autoridad del Imperio, sino de un par de grises secretarías. Hay algo insoportablemente banal en esa escena. Algo que recuerda, precisamente, la ausencia de heroísmo de la que habla Marx. Conrad logra con esa imagen componer un cuadro en el que la tensión entre la magnificencia de las ideas y la materialidad de los dispositivos coloniales queda trazada impecablemente.

Estas dos imágenes, como se puede ver, nos presentan dos modos diversos de relación con la experiencia imperial occidental antigua por definición: en la primer imagen, la violencia versus la eficiencia; en la segunda, el héroe conquistador versus el empleado de una compañía comercial.

Marlow experimenta esta tensión entre lo gris de su misión y los discursos que la glorifican:

"(…) yo era considerado como uno de tantos trabajadores, pero con mayúscula. Algo así como un emisario de luz, como un individuo apenas ligeramente inferior a un apóstol".

Experimenta la idealización que sobre ella han hecho los europeos. Para los ojos de sus contemporáneos no implicados directamente en el proceso colonizador, la gente como Marlow aparece como una especie de héroe humanitario, de pionero en la feliz avanzada del progreso. Las tonterías sobre el tema abundan: su tía, involucrada en el proceso que ha desembocado en su designación como empleado de la Compañía, llega a decirle que su misión consiste en "liberar a millones de ignorantes de su horrible destino". Es demasiado. Marlow se incomoda. ¿Qué lo pone nervioso? La distancia entre ese discurso cargado de optimismo civilizatorio (que parece consistir en una estrategia educativa para los ignorantes) y lo que él trató de insinuar:

"(…) que lo que a la compañía le interesaba era su propio beneficio".

Y lo que, más tarde, ya en Africa, podrá comprobar al encontrarse con la autodenominada Expedición de Exploradores de Eldorado:

"(…) era un grupo temerario pero sin valor, voraz sin audacia, cruel sin osadía. (…) Arrancar tesoros a las entrañas era su deseo, pero aquel deseo no tenía otro propósito moral que el de la acción de unos bandidos que fuerzan una caja fuerte"

En definitiva, saqueadores sin ideas.

a partir de conrad (1º parte)

Una lectura de "El corazón de las tinieblas" y “Una avanzada del progreso” de Joseph Conrad.

por Ezequiel Gatto

"En cierto modo pareció

irradiar una especie de luz sobre todas las cosas

y sobre mis pensamientos.

Fue algo bastante sombrío, digno de compasión…

nada extraordinario sin embargo… ni tampoco muy claro.

No, no muy claro.

Y sin embargo parecía arrojar una especie

de luz".

Joseph Conrad, El corazón de las tinieblas, 1899


He visto horrores que tu has visto.

No tienes derecho a llamarme asesino.

Tienes derecho a matarme.

Tienes derecho a hacer eso.

Pero no tienes ningún derecho a juzgarme.

Es imposible que las palabras describan

lo que necesitan aquellos que no saben

lo que el horror significa.

Marlon Brando (Coronel Kurzt) en Apocalypse Now, 1979


. Umbral, o lo legible

El siglo XX es, entre otras cosas, el siglo de la lingüística. El siglo en que el lenguaje ha sido puesto en cuestión por el lenguaje. Debido a ello, es también el siglo en que la representación ya no puede ser autorreferente ni, tampoco, referir mecánicamente a otra cosa, a algo exterior a ella. Tal como dijo Spinoza alguna vez "el concepto de perro no ladra". Ese parece ser el piso epistemológico sobre el cual damos nuestros pasos. Abordar una obra literaria, entonces, no es una cuestión sencilla. Ella no produce un sentido cerrado, inmanente a la obra y que espera, solamente, ser develado por el lector. Tampoco es un puro efecto sintomático legible, unidireccionalmente, a partir de las condiciones que lo han posible. Siendo que, como alguna vez sentenció Jean-Paul Sartre, "si es cierto que Flaubert escribe como un pequeñoburgués no es cierto que todo pequeñoburgués escriba como Flaubert". Por lo tanto, existe en la obra literaria un elemento excesivo respecto a sus condiciones, un elemento irreductiblemente creativo, en tanto que el lenguaje no sólo nomina experiencias sino que constituye, simultáneamente, la experiencia de nominar.

En este sentido, la posición de lector se vuelve importante a la hora de pensar los dispositivos de lectura e interpretación de una obra literaria. Él, como dijera Barthes, ya no es el punto de llegada de la obra; a su vez, la obra no lo aguarda como quien espera a alguien para revelarle el secreto. El lector pareciera ser una suerte de nuevo punto de partida. No es, ya no más, ya no para la teoría, el lugar de la confluencia sino un lugar de diseminación. La operación hermenéutica ya no se pretende unívoca o universal, sino múltiple y singular.

Lo que sigue a continuación es, básicamente, lo que "El corazón de las tinieblas" y “Una avanzada del progreso” (en adelante, ECT y OOP, respectivamente) de Joseph Conrad me han hecho pensar. En el proceso de lectura he intentado no forzar a la obra a decir aquello que no dice. No porque -estrictamente hablando- diga algo, sino más bien en el sentido que he intentado pensar la obra a partir de la obra misma, como universo que configura una percepción específica y no como puro reflejo de una percepción social que le sería exterior. Sin embargo, compartiendo el pensamiento de Marx, nada es más social que lo individual. Nada individual pudiera existir si no existiera lo social en lo cual puede emerger una figura como el individuo. Por ello, esta lectura de ECT y OOP tiene una pretensión que pudiera aparecer como paradójica, y que tal vez lo sea: tomar la obra como el ejercicio perceptivo de un hombre pero cuyos elementos pueden sernos útiles para pensar las percepciones colectivas, en tanto que en esa tensión entre el carácter social del lenguaje y la unicidad, irrepetibilidad y singularidad de las experiencias individuales es, a mi entender, uno de los puntos centrales de la problemática (de la) subjetividad.

Franco Berardi en Rosario


la universidad experimental y el levante invitan a la siguiente actividad:

seminario-taller
Generaciones post-alfa.
Patologías e imaginarios en el semiocapitalismo

a cargo del filosósofo y activista italiano Franco Berardi (Bifo)


El tema central alrededor del cual girará esta actividad será las últimas investigaciones realizadas por esta reconocida figura del movimiento obrerista italiano, cuyos resultados forman parte de su reciente publicación “Generación Post-Alfa. Patologías e Imaginarios en semiocapitalismo” (Tinta Limón, Buenos Aires, 2007).

El seminario-taller, en este sentido, intentará abordar el devenir de los movimientos de lucha y autoorganización en las últimas décadas, las nuevas formas de producción de las subjetividades contemporáneas y los modos de funcionamiento y desarrollo del semiocapitalismo.

La modalidad de trabajo consistirá en una exposición inicial a cargo de Franco Berardi, retrabajo de la exposición y elaboración de interrogantes en rondas simultáneas y una fase final con un diálogo colectivo a partir de las preguntas construidas en las rondas.

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Jueves 8 de noviembre
Acreditaciones 18.30hs.
Inicio: 19.00 hs.
en El Levante (Richieri 120) Rosario
Se entregarán certificados.

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Junto a Toni Negri y Paolo Virno, Franco Berardi es una de las figuras más conocidas del movimiento obrerista italiano que tuvo su esplendor a mediados de los años setenta. De ahí su preocupación permanente por las variaciones de las subjetividades productivas y su especial interés por las derivas del trabajo cognitivo. Berardi cursaba Estética en la Universidad de Bologna cuando sobrevino la rebelión estudiantil del 68 y más tarde participó de las revueltas del 77. Allí fundó la revista A traverso y la Radio Alice, clausurada por la policía pero inspiradora de un movimiento de experimentación radical en torno a la comunicación. En este mismo camino, Bifo más adelante animó dos originales emprendimientos políticos: el proyecto Rekombinant (http://www.rekombinant.org/) y el movimiento de construcción de televisoras callejeras en contra del despotismo mediático en Italia (http://www.telestreet.it/) Tres de sus numerosos libros han sido editados en castellano, aunque todos recientemente y en España. La fábrica de la infelicidad. Nuevas formas de trabajo y movimiento global (Traficantes de sueños, 2003), Telestreet. Máquina imaginativa no homologada (El Viejo Topo, 2004) y El sabio, el mercader y el guerrero. Del rechazo del trabajo al surgimiento del cognitariado (Acuarela, 2007).

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más información: acá


universidad experimental

producciondesubjetividad@gmail.com
rosario, argentina

contrapuntos


por Ezequiel Gatto

Mis padres (que murieron a causa de la gran Peste, hace ya varios años) me llamaron Pietro, y soy un campesino de alguna parte del norte de Italia. Es invierno. Otro duro invierno. Los días son cortos. ¿El trabajo? Tan ingrato como siempre. Muchas veces me he preguntado como sería vivr sin tener hambre, llegando a imaginar que en vez de un plato de comida había tres para cada uno; que la carne sobraba, se pudría en los graneros. Que cada quién tenía lo que necesitaba. Mis antepasados, cuando era un niño libre de obligaciones penosas, me contaban leyendas de lugares como ése. Lugares que Dios había elegido para que reine la abundancia. Con ríos de agua tibia y árboles frutales. También yo las he relatado para mis hijos. Y para mí, ¿por qué no? Mis herramientas de trabajo, hechas con mis propias manos y el sudor de todo el cuerpo, llevan años repitiendo su labor. Como los señores, saquean, invaden, obligan a que se les dé. ¿Su retribución? Mantenernos de pie, la posibilidad de cuidar de nuestros hijos, amar a las esposas. Y a Dios, por supuesto, sobre todas las cosas. De los recaudadores, y por ellos, sé que mis señores viven de maneras muy distintas. Nunca he ido a la guerra, la aldea es muy pequeña, si nos llevasen, en caso de no regresar – no lo quiera Dios -, no tendrían cosa alguna para llevarse. El resto, los ancianos, las mujeres, los niños, morirían pronto. Mi padre solía recordar con frecuencia que cuando era él muy pequeño los caballeros se habían llevado a muchos hombres de su aldea a la guerra, que solo unos pocos habían vuelto y que éstos, afortunados, abandonaron el lugar y se fueron a vivir bastante más al este. Es decir, a esta aldea donde vivo desde siempre. Recordaba también lo triste que había sido dejar aquel sitio. Las mujeres, a medida que se alejaban, daban vuelta sus cabezas y lloraban con tanto desconsuelo que incluso unos hombres, jóvenes, no pudieron evitar que la pena los inunde, derramándose por sus ojos. Yo, en cambio, jamás me he movido de aquí, mi mundo llega hasta el horizonte, con los ojos, y a algunas leguas, en cualquier dirección, con mis pies. Prefiero esto a ir a la guerra. Además me gusta este cielo. Cuando la noche es calurosa y sin nubes – o muy pocas - me acuesto fuera de la casa a mirar la luna y las estrellas. Siento a Dios en esas noches. Me quedo mucho tiempo sin hacer nada, sólo mirando. Luego cierro los ojos y trato de repetir la imagen en mi cabeza. Suelo quedarme dormido en el intento, me despiertan los primeros rayos de sol. Busco mis herramientas, despierto a mis hijos. El campo aguarda tranquilo nuestra llegada. Esos días son diferentes, la noche a la intemperie me deja una sensación muy placentera que me dura hasta bien entrada la jornada. Termino exhausto, como siempre, pero si el cielo no se tiñe de gris sé que esa noche volveré a disfrutar del silencio y la quietud. Las lluvias suelen durar algunos días. Si han sido generosas es inútil trabajar sobre el barro. Entonces tomo mis elementos de pesca y paso la tarde junto al arroyo. Casi siempre solo, a veces con algunos de mis hijos mayores. Si tenemos suerte comemos pescado por la cena. Todos reímos y saboreamos ese plato tan poco usual. Su misma rareza lo hace exquisito. Lo mastico despacio, lo paseo por toda mi boca, exploro lentamente su gusto, y lo trago. Cuando el parróco nos comenta fragmentos de la Biblia, señala muy seguido el milagro de la multiplicación de los panes y pescados que Cristo realizó. Es la parte que más me gusta escuchar. Lo sigo atentamente, con deleite. Los días de buena suerte en el arroyo yo me siento un poco Cristo.



sobre todo



Si yo fui cáustico, ella fue dulce; y si yo tomé partido de todas todas por los viejos, ella lo tomó, en la misma medida, por los jóvenes. Siguió una larga conversación, cada vez más emocionada y tierna, primero en aquel bar, después en el restaurante, luego en otro bar, luego en la habitacion del hotel; incluso nos olvidamos, por una noche, de hacer el amor. Era nuestra primera conversación de verdad, y además era, creo, la primera conversación de verdad que había tenido con quien fuera desde hacía años, por que la última se remontaba, probablemente, al principio de mi relación con Isabelle; quizá nunca había tenido conversaciones de verdad con nadie que no fuera una mujer amada, y en el fondo me parecía normal que el intercambio de ideas con alguién que no conoce tu cuerpo, que no esta en posición de hacerlo sufrir o de llenarlo de alegría, sea un ejercicio falso y a fin de cuentas imposible, porque somos cuerpos, somos sobre todo, principal y casi únicamente, cuerpos, y el estado de nuestros cuerpos es la verdadera explicación de la mayoría de nuestras concepciones intelectuales y morales.


(lo escribió houelllebecq en La posibilidad de una isla)
en simultáneo: coralcaraza