instante brahms (última parte)

Bajo sus brazos e inició el cuarto y último movimiento, sin duda el más hermoso de la obra. El tempo había comenzado un poco lento, Priebke trató de ajustarlo y lo logró rápidamente. Todo marchaba a punto y parecía estar sonando espléndidamente. Se sintió más tranquilo, miró a Nursky que parecía seguir turbado.

El público comenzaba a excitarse nuevamente.

Treinta segundos antes de terminar la pieza Nursky tendría unas cortas líneas junto con los bajos y el piano. Pareció serenarse, su sonido tuvo un brillo mayor al normal. Nadie podía creer lo que estaba presenciando, el mismo Priebke se distrajo un momento frente a aquella maravilla, las notas del primer violín tenían un desplazamiento crudo, maravilloso, de finos cuchillos que cortaban el aire.

Segundos después Priebke notó algo extraño, una alteración en la melodía. Perfectamente adaptada a la armonía de la gran obra, las líneas del primer violín trazaban un canto distinto al de la partitura original. Priebke pensó que habría olvidado la línea, que quizá el nerviosismo habría nublado su perfecta memoria e intentaba ahora improvisar un momento para llegar hasta el final. Extrañado, segundos después creyó reconocer las líneas del violín, dudó un instante pero retuvo su certeza, era el himno Checo, imperceptible para el público, pero no para él, que no dudó al recordar sus días de niño en el conservatorio de Praga. Nadie notó la alteración. Todos seguían maravillados, incluso los doctos conocedores de la obra de Brahms parecieron ignorar la trampa, encantados por el sonido de Nursky, olvidaron todo lo demás.

Al terminar el público estalló en una aplauso ensordecedor. La excitación era total. El propio Ministro se acercó al balcón del palco y aplaudió mirando a los ojos del director y el violinista. Nadie dejaba de aplaudir, ya nadie seguía sentado, nadie era capaz de indiferencia frente a la belleza.

Priebke miró el rostro de Nursky, dos gotas caían de sus ojos, dos gotas quizá idénticas a las anteriores recorrían su piel blanca. Nursky lloraba. La emoción se escapaba de su cuerpo. Había elegido ese momento como el adecuado, ese momento en esa magnífica obra del año 1862, justo en el cuarto movimiento, donde los violines danzaban como sobre agua quieta. Lo había logrado, arrancarle un espacio de libertad a los asquerosos alemanes, a los que ahora denigraban su patria, a los que habían encarcelado y asesinado a sus hermanos durante la resistencia. Solo Priebke lo sabía, sólo él sabría que por catorce segundos, Nursky había sido libre.



4 comentarios:

Anónimo dijo...

gracias, me encanto verlo blogeado.

abrazo.

d.

Anónimo dijo...

hey! un cuento de la concha de su madre!

Anónimo dijo...

wow!

gracias a uno por escribirlo y al otro por editarlo, de verdad.
abrazos hacia todas las distancias.

inne!

Patricio Diego Suárez dijo...

Hermoso cuento, hermoso blog.

te mando abrazos Eze, un montón, desde esta llaga: Capital.

Saludos a los pibes, a Andrés sobre todo.

Pato.